El Mayo nos cuida, me dijeron por décadas mis amigos culichis con un poco de sarcasmo y mucho de realismo. Culiacán era un espacio razonablemente seguro en el universo de violencia visible y soterrada que ha sido por generaciones Sinaloa. Ayer leí en la primera plana de Excélsior una nota titulada: Culiacán, Sinaloa, balacera aterra a peloteritos. Arriba venía la foto de tres niños con uniformes, gorras y spikes de beisbolistas, pecho tierra en lo que parecía ser un dugout. Refería el pie: “Jugadores de una liga infantil corrieron a resguardarse tras escuchar disparos cerca de un campo de beisbol en la colonia Country Tres Ríos; en el ataque murió un hombre”. En una semana se cumplirán cinco meses de que alguien, no se sabe quién ni por qué, se llevó al Mayo. Duerme desde entonces enfermo y sin esperanza en cárceles de Estados Unidos. El resto de la historia es de sobra conocido: muerte, secuestros, desapariciones, robos, despojos, venganzas, caos, quiebras, desolación en Culiacán. Cinco meses ya de que El Mayo dejó de cuidarlos. Porque la nitidez de esta crisis clarifica que las autoridades locales y federales, y pongan ahí los apellidos y siglas que se quiera, no eran quienes lo hacían.