La celebración por parte del gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum del 114 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana tuvo un doble propósito: enfatizar el advenimiento de una nueva etapa en México de la lucha feminista por la igualdad efectiva al punto que una mujer ya es hoy la Presidenta de la República e insistir en que justamente ese nuevo gobierno tiene como una de sus fuentes de inspiración el gran movimiento de rebeldía que estalló en 1910 contra un sistema abiertamente oligárquico y de notable desigualdad social. Resaltar en la celebración los movimientos feministas en Yucatán durante los gobiernos revolucionarios de Salvador Alvarado -norteño- y de Felipe Carrillo Puerto -yucateco- conjuga bien los dos temas.
Es de notar que la Revolución Mexicana fue dada por muerta o superada más de una vez para luego resucitar tanto en el discurso como en la puesta en marcha de proyectos políticos -exitosos unos, fallidos otros- a lo largo de más de un siglo.
En los cien años y pico transcurridos desde que una gran rebelión nacional destruyó el régimen porfirista, algunas de las razones que llevaron a ese notable estallido social desembocaron en cambios de fondo casi de inmediato: la disolución del ejército de la dictadura, la promulgación de una Constitución que desapareció las odiosas jefaturas políticas, reafirmó con fuerza el carácter laico del sistema político, adoptó la no reelección presidencial para abrir el camino a la renovación sistemática de la élite política, pero sobre todo abrió las puertas a la reforma agraria, al movimiento sindical y a la recuperación del control nacional de los hidrocarburos.
Todo lo anterior desembocó, entre otras cosas, en la desestructuración de la oligarquía porfirista. Por otra parte, si bien el poder político del gran capital nacional y extranjero menguó, las relaciones de clase y la estructura social no se transformaron tanto como el discurso revolucionario habría hecho suponer. La democracia política anunciada en el lema “sufragio efectivo” simplemente se mantuvo como promesa a cumplir en un futuro indefinido, la corrupción no amainó, la justicia siguió comprándose y la mezcla de cooptación y represión de los inconformes fue la fórmula que realmente funcionó en la política real.
La desaparición de Porfirio Díaz no significó la desaparición de la presidencia con poderes metaconstitucionales sino todo lo contrario, pues la emergencia de un gran partido de Estado de masas dotó al poder ejecutivo de un nuevo instrumento de control. Con el correr del tiempo todo lo anterior desembocaría en un sistema político tan lejano a la democracia como el viejo régimen, aunque más plebeyo y con una mayor base social.
Fue esa persistencia de rasgos propios del régimen prerrevolucionario, aunque mezclados con cambios y con un discurso revolucionario, lo que para los 1930 llevó a un buen número de observadores y activistas de izquierda a considerar como poco relevante o de plano fallecida a la Revolución Mexicana. De ahí que la acentuación del “gran viraje” hacia la derecha del régimen a partir de 1940, una y otra vez los inconformes recurrieran a las raíces del magonismo, zapatismo o del villismo para condenar ese viraje y demandar la recuperación del espíritu de justicia social generado por las promesas incumplidas de la Revolución.
La primera y más notable resurrección del espíritu revolucionario tuvo lugar en los 1930 y fue obra de alguien que fue actor de esa revolución: el general Lázaro Cárdenas, quien desde la presidencia intentó su renacimiento. Ese intento concluyó con el final mismo del sexenio cardenista. Fue ya desde la oposición al o régimen postrevolucionario, a la sombra de la Guerra Fría y de una revolución vecina -la cubana- que la guerrilla de Ciudad Madera, los slogans del movimiento estudiantil del 68 y los diversos movimientos armados rurales y urbanos de los 1970, donde la Revolución Mexicana -esa que Adolfo Gilly calificó de “la revolución interrumpida”- volvió a ser fuente de inspiración para los inconformes. El estallido en Chiapas en 1994 de la rebelión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional fue otra coyuntura donde la inconformidad rural e indígena hizo resurgir al espíritu del proyecto zapatista original para justificar tanto la rebeldía armada contra el neoliberalismo como la propuesta de una reorganización social anticapitalista.
La 4a. Transformación (4T) encabezada por Andrés Manuel López Obrador y Morena como movimiento y partido en el poder desde finales de 2018, se reelaboró otra visión de la Revolución Mexicana -la lopezobradorista- para devolver al sector público, a sus grandes empresas y a una red de programas sociales la responsabilidad de encausar las energías de lo público con el leitmotiv “por el bien de todos, primero los pobres.”
La conmemoración del 114 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana que tuvo lugar en la capital y todo el discurso que la envolvió indican que Claudia Sheinbaum seguirá manteniendo al movimiento de rebelión que en 1910 encabezara Francisco I. Madero como una de las brújulas -la histórica- que permiten entender la naturaleza del presente mexicano y la propuesta de futuro.