La candidata demócrata responde a las preguntas de una treintena de indecisos en el Estado bisagra más decisivo para determinar quién será el próximo presidente
María Antonia Sánchez
Pensilvania, para muchos el más decisivo de los siete Estados bisagra en los que se dirimirá la próxima presidencia de EE UU, ha vuelto a recibir por enésima vez en lo que va de campaña a la candidata demócrata, Kamala Harris, que este miércoles por la noche se enfrentó a las preguntas de votantes indecisos —un 3% del electorado estatal, en agosto— en un debate en Aston, en el condado de Delaware. Televisado por la CNN, el encuentro de la actual vicepresidenta de EE UU y los electores en Pensilvania, que desde 1948 ha sido peaje obligatorio hacia la Casa Blanca para los demócratas, se produce mientras las encuestas de intención de voto confirman un reñido empate con su rival republicano, Donald Trump. Con 19 votos electorales —más que cualquiera de los restantes Estados bisagra— su comparecencia ante una treintena de potenciales votantes revestía casi tanta importancia como el cara que esta misma noche la CNN había propuesto a los dos candidatos. Trump declinó la oferta, y Harris la reconvirtió en acto televisado de campaña, moderado por el presentador de la cadena Anderson Cooper, que verificó y contrastó al momento los datos de su discurso.
Aunque prometió ser “una presidenta para todos los estadounidenses”, Harris no desaprovechó ni un segundo para arremeter contra su rival, a quien calificó de “incapaz” para ejercer el cargo. Por la mañana, la vicepresidenta había llamado al republicano “desquiciado e inestable”, señalando que las informaciones sobre comentarios positivos del republicano sobre Hitler ofrecen a los votantes “la oportunidad de ver quién es realmente Donald Trump”. “Es muy peligroso que Trump invoque a Hitler”, reiteró. Harris se refería a declaraciones de John Kelly, el ex general de los Marines y el jefe de gabinete de Trump más duradero, según las cuales Trump se ajusta a la definición de fascista y gobernaría como un dictador si era reelegido. Era fácil prever cuál sería el argumento inaugural del debate, y no fue otro que aprovechar ese flanco recién abierto. Harris no defraudó las expectativas: al preguntarle si cree que Donald Trump es un “fascista”, respondió: “Sí, sí lo creo”. “No es apto [para el cargo] y es peligroso, un peligro para el bienestar y la seguridad de EE UU”, afirmó.
Para convencer a un profesor de Políticas que no acaba de decidirse, Harris enumeró sus prioridades: garantizar el derecho al aborto, el empleo y las infraestructuras, al tiempo que promete trabajar con los republicanos. La inflación y el coste de la vida, la principal preocupación para la mayoría de los estadounidenses según las encuestas, no tardaron en salir a la palestra, y al ser preguntada a quién atribuir la carestía, eludió responder directamente y en su lugar reiteró su propuesta de prohibir la especulación con los precios y hacer que la vivienda sea más asequible. La vicepresidenta aseguró que el precio de los alimentos “sigue siendo demasiado alto” y dijo que su propuesta de prohibir la especulación ayudaría a lograrlo. “Es la primera vez que tendremos una prohibición nacional de especulación con los precios, es decir, de las empresas que se aprovechan de la desesperación y la necesidad del consumidor estadounidense y aumentan los precios sin ninguna consecuencia ni responsabilidad”, dijo Harris. Los economistas dudan de la efectividad de la propuesta.
Sobre la otra gran cuestión que atizan los republicanos contra Harris, la presión migratoria en la frontera, la candidata demócrata reconoció que está desbordada y que se necesita más personal, pero defendió la política de Joe Biden al afirmar que “ahora mismo hay muchos menos cruces ilegales que en tiempos de la Administración de Trump” (2017-2021). El moderador recordó a la vicepresidenta que anteriormente había calificado de estúpido el muro con México que Trump pretende completar si es reelegido. Harris en cambio prometió recuperar la ley bipartidista, torpedeada en el Congreso por Trump, “para reforzar y garantizar la seguridad en la frontera y para solucionar un sistema migratorio roto, a través de una ley integral que rompa las líneas partidistas”. “Tenemos que superar esta era de la política partidista, que frena lo que necesitamos hacer en términos de progreso en nuestro país. Y eso significa trabajar en conjunto”, añadió. El bloque migratorio ocupó buena parte del acto. “EE UU siempre ha tenido inmigración, pero tiene que ser un proceso legal”, recalcó.
Tras asegurar que, si gana, su Administración reflejará “mis propias ideas y mi propia experiencia”, la candidata demócrata alternó el palo y la zanahoria, la descalificación de su rival y la mano tendida a muchos votantes, incluidos algunos republicanos entre la audiencia. “La gente está francamente agotada con lo que ha estado sucediendo en los últimos años, este ambiente que sugiere que los estadounidenses deberían señalarse con el dedo unos a otros, que estamos divididos como nación”, dijo. “La gran mayoría de nosotros tenemos mucho más en común de lo que nos separa. Y creo que el pueblo estadounidense merece tener un presidente que esté basado en el sentido común, lo que es práctico y lo que es mejor para la gente, no para ellos mismos”.
“No voy a prohibir el fracking, pero tampoco ha cambiado nuestra intención de invertir en energías limpias… Podemos invertir en una economía de energías limpias y aun así no prohibir el fracking”, fue el guiño a un participante que se presentó como republicano. El moderador, a modo de verificador de datos, subrayó las contradicciones de la vicepresidenta sobre la fractura hidráulica, pero también sobre la cobertura de Medicare o los cruces ilegales de la frontera, comparando sus palabras de esta noche con mensajes de la campaña de 2019. “No voy a permitir una frontera que no sea segura”, afirmó, sin pronunciarse sobre una vieja propuesta suya de despenalizar los cruces ilegales a la que no quiso referirse.
Uno de los asuntos que más incomodan a Harris son las referencias a la guerra de Gaza y el cerrado apoyo de Washington a Israel. Para evitar comentarios airados como los que ha protagonizado en otros mítines —al inicio de su campaña mandó callar incluso a quien la interpelaba—, la candidata demócrata se puso de perfil al ser preguntada si sería más proisraelí que Trump. También eludió responder a una cuestión sobre sus planes, si los hubiere, para evitar que murieran más palestinos “por las bombas financiadas con los impuestos de Estados Unidos”. Harris respondió con piloto automático, para evitar oscilar hacia un lado (los estadounidenses críticos con el férreo apoyo a Israel) u otro (los votantes judíos, que suelen votar en bloque).
Pese a la explosión de entusiasmo desatada al sustituir a Joe Biden en las papeletas, a 13 días de las elecciones el índice de popularidad de la candidata demócrata está, junto con el de Trump, entre los más bajos de las últimas décadas, según el sondeo que cada cuatro años realiza Gallup. Los únicos candidatos que han sido menos populares en los últimos 56 años son Trump, en su anterior carrera, en 2016, y su antagonista en esos comicios, Hillary Clinton, la única mujer que ha intentado llegar a la Casa Blanca antes que Harris. Curiosamente, tanto Harris como Trump son los candidatos más populares de la historia en sus respectivos partidos, lo que mostraría un cierto abismo de la opinión pública y, por añadidura, un mayor desinterés o desapego de los votantes. Con ellos se ha empleado a fondo Harris, pero sin pasarse.