Si en 2018 no hubiera existido López Obrador tendríamos que haberlo creado, escribí alguna vez. El país necesitaba ofrecer una salida pacífica por la vía de las urnas a las mayorías inconformes que exigían un cambio. Imposible saber qué habría sucedido si la exasperación popular respecto a las ofertas políticas de siempre, PAN y PRI, no hubieran encontrado una opción para expresarse. Pero la tuvieron.
Hoy enfrentamos el problema opuesto. No podemos ignorar que 40 por ciento de los ciudadanos no votó en favor de Claudia Sheinbaum. No solo eso, muchos de ellos sufragaron en contra de lo que ella representa. Habría que preguntarse cuántos de ellos recurrieron al PRI y al PAN como un mal necesario, simplemente porque no había otra forma de expresar su desacuerdo con la opción favorecida por la mayoría. El descrédito en el que se encuentran los dos partidos tradicionales y las muchas dudas que ofrece el MC, tanto en lo que toca a su deslinde con Morena como a la consistencia de sus líderes, no son un buen presagio para lo que viene.
No es un problema menor que ese 40 por ciento de la población carezca de una expresión político electoral relativamente confiable. Todo indica que el PRI en manos de Alito Moreno y los suyos está destinado a una lentísima agonía, sin camino de regreso. Y en el PAN tendrían que pasar muchas cosas para que esté en condiciones de generar entusiasmo en las nuevas generaciones. El blanquiazul parece condenado a una cuota que no supera 20 por ciento, gracias a sus simpatizantes de siempre; suficiente para mantenerse en la contienda y arrebatar triunfos aislados, demasiado poco para convertirse en ancla de una alternativa política competitiva.
El problema de fondo, me parece, es que los voceros y líderes de las corrientes adversas a Morena siguen obsesionados con la crítica a lo que hacen o dejan de hacer López Obrador y ahora Claudia Sheinbaum, y no a las razones por las cuales ese movimiento resultó exitoso: el descontento de las mayorías con aquello que les ofrecía el sistema. No importa la vehemencia con la que argumenten los defectos del gobierno de la 4T, nunca convencerán a esas mayorías que lo que antes tenían era mejor. Lo hicieron durante seis años sin éxito, no se ve por qué hoy produciría un resultado diferente. No es casual que Xóchitl Gálvez intentara ser un poco más competitiva tomando distancia del PRI y el PAN o plegándose parcialmente a los programas sociales del obradorismo. En el mejor de los casos, ofrecía una improvisada propuesta remedo.
Basta leer algunas de las columnas de los colegas y comentarios en radio y televisión para percibir que siguen atrapados en la misma narrativa. Los más lúcidos entre ellos hacen algún reconocimiento a lo que hizo bien la 4T, combatir la pobreza o mejorar el poder adquisitivo de los de abajo, solo para concluir que eso no compensa los daños provocados a las instituciones o al país en su conjunto. Incapaces de darse cuenta de que a la mitad más lastimada de la población le interesa más lo primero que lo segundo. ¿Por qué habría de importarles instituciones que no se traducían en prosperidad masiva o justicia social real, por más que vivieran cantándolas?
Entiendo que no es fácil la construcción de los centros de pensamiento político y económico capaces de generar propuestas alternativas a las de Morena. Pero por algún lugar tendría que empezarse. Enardecer las pasiones de los muchos millones atrapados en la pobreza en nombre del riesgo en el que están los organismos autónomos es condenarse a predicar a los suyos. Confiar en la posibilidad de que el próximo candidato de una alianza del PRI y el PAN ahora sí derrote al de Morena es entregarse a una derrota anunciada. Dedicar sus espacios semana a semana para dar cuenta de la última “infamia” de la 4T puede ser útil para conjurar los propios demonios y desahogar frustraciones, pero son balas de salva que aseguran la hegemonía política de su rival.
En algún lugar se extravió la identidad entre empresarios y sus trabajadores como una base para la convivencia comunitaria, desapareció el compromiso de la iglesia con los desposeídos y se debilitó la preocupación de los intelectuales por todos aquellos que no son como ellos. En algún lugar habría que encontrar los gérmenes para inventar la oposición que se necesita; una que ofrezca una propuesta que tenga sentido a los muchos mexicanos que dejamos atrás desde siempre y que hoy ejercen su reclamo en las urnas.
Sigo pensando que la llamada 4T es una respuesta a este reclamo, aunque sea una respuesta con aciertos y desaciertos, a ratos a tirones y empujones. Imposible saber si pudo haber sido de otra manera, pero lo importante es que lo fue. Ahora habría que mejorarla, pulirla, modernizarla y hacer que sus propuestas sean más inclusivas para el resto del país. Pero estoy convencido de que eso será más fácil con una oposición capaz de sentarse en la mesa con capacidad de negociación y con ofertas asequibles y razonables. No será así con dirigentes partidistas mezquinos concentrados en su supervivencia y con críticos francotiradores ensimismados en su dignidad agraviada.
Si no se construye una oposición respetable solo quedará de dos sopas. Mantener el negativismo derrotista o, peor aún, una línea de ataque que podría derivar en la peor de las oposiciones. Aquella centrada en la generación del miedo a partir de la violencia y la inseguridad. Una sin ninguna otra propuesta que preparar el terreno, consciente o inconscientemente, a la mano dura que supuestamente resolvería nuestros problemas, aunque en el camino triture todos los principios, instituciones y derechos humanos que dicen defender frente a la 4T. Se exige a Claudia Sheinbaum que encabece un gobierno responsable. ¿Cuándo comenzaría la construcción de una oposición que también lo sea?