El investigador turco-estadounidense desmonta clichés. Sostiene que el capitalismo parte de un error: que el ser humano necesita consumir, cuando lo que necesita es participar
Mar Padilla
Daron Acemoglu es un economista sin prejuicios, con cierta querencia por desmontar clichés del pensamiento mainstream. Ese camino agreste, casi a la contra de lo establecido, no es nuevo para él. Es hijo de armenios, una minoría con una larga historia de lucha por la supervivencia en Turquía, su país natal. Su pasión por la observación de los lazos entre economía y política le viene del golpe de Estado de la Junta Militar de Kenan Evren que llenó las calles de violencia y la pobreza llegó a las casas. Quiso ahondar en las consecuencias de la dictadura en la economía, pero tuvo que estudiar esa interrelación lejos de allí. Cada vez era más crítico con la situación en Turquía, y su padre, temiendo por su seguridad, le aconsejó abandonar el país.
Hace unos años, Mark Zuckerberg, un tipo con más poder que Alejandro Magno, reveló que una de sus lecturas favoritas había sido Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza (Deusto, 2012). Escrito por Acemoglu y por James A. Robinson, el libro revela que la prosperidad no se da por cuestiones culturales o geográficas, sino en función de las políticas dictaminadas por sus instituciones. Así, dato a dato, Acemoglu y Robinson demostraron científicamente que la autorregulación del mercado, el famoso laisser faire, es, en realidad, un pensamiento mágico, que lo que dirige a la economía es la política, y que lo que lleva a la prosperidad compartida es el sistema democrático. Fue un best seller planetario.
Es probable que en estos últimos meses Zuckerberg se haya sumergido en la lectura de Poder y progreso. Mil años de lucha entre tecnología y prosperidad(Deusto, 2023), firmado también por Acemoglu, acompañado esta vez por Simon Johnson. Tras una profunda investigación económica, histórica y social, los dos autores demuestran que la innovación tecnológica en sí misma no es un acicate para la prosperidad. Hoy vivimos mejor que nuestros ancestros, pero no es gracias a los sucesivos inventos tecnológicos, sino porque la sociedad civil desafió las opciones adoptadas por las élites y se generó prosperidad al distribuir y hacer participativas esas tecnologías.
Acemoglu (Estambul, 1967) tiene claro que en estos tiempos hay que volver a este tipo de acciones. Si fueron factibles durante los durísimos años de la revolución industrial —cuando las nuevas técnicas de producción enriquecieron a los dueños de las fábricas y empobrecieron a los trabajadores al punto de acortar su esperanza de vida, hasta que se organizaron y exigieron mejoras en sus condiciones de trabajo—, también son factibles ahora. “Hay que ejercer un control democrático en la dirección de la tecnología”, afirma Acemoglu en conversación por correo electrónico. Y punto.
Cuando abandonó Turquía, Acemoglu se fue al Reino Unido, se matriculó en Economía en la Universidad de York, y descubrió que ninguna asignatura trataba de temas políticos. Entonces decidió investigar por su cuenta, aplicando herramientas empíricas, matemáticas y conceptuales a sus análisis de las cuitas humanas. A los 25 años se doctoró en la London School of Economics y poco después fue nombrado profesor asistente en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), donde le advirtieron que mezclar economía con política era una heterodoxia no bien recibida. De forma casi oculta, prosiguió sus estudios sobre esos lazos. Ahora es catedrático allí, y se podría afirmar sin faltar a la verdad que la economía política es la actual línea mayoritaria del MIT.
Ya hace tiempo que las tesis de Acemoglu se escuchan con atención en todo el mundo. El pasado verano, Gita Gopinath, del Fondo Monetario Internacional, instaba a regular la IA de forma que beneficiara a la sociedad citándolo a él. Paul Romer, premio Nobel en 2018 por sus investigaciones sobre la importancia de la innovación en el crecimiento económico, ha confesado que los estudios del turco-estadounidense le han llevado a replantearse sus ideas, y altos cargos de los principales laboratorios de IA comentan sus libros entre ellos.
Su capacidad de trabajo y análisis son legendarias. “Parece claro que tarde o temprano le van a dar un Nobel, pero entre exestudiantes suyos a veces decimos en broma que la duda en Estocolmo será decidir por cuál área se lo dan, porque Daron toca muchos temas y todos de manera brillantísima”, explica Mónica Martínez Bravo, economista del MIT, donde Acemoglu dirigió su doctorado, y actual secretaria general de Inclusión en el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones.
No hay que dar por sentado todo lo que se dice. Contra los aires más ortodoxos de la academia estadounidense, Acemoglu lleva a sus conferencias una sencilla afirmación: en el corazón del capitalismo más salvaje hay un error insalvable y es que el humano no es un ser que necesita consumir, sino que lo que quiere, más que nada en el mundo, es participar.
En sus estudios lo ha comprobado mil veces. Todo está conectado. Enredado entre las infinitas relaciones entre trabajo, formas de vida y sistemas políticos, Acemoglu ha estudiado el caso de la Mafia siciliana como causa y consecuencia de una estructura de Estado ausente, la innovación dirigida en la transición energética para paliar el cambio climático, las conexiones entre cultura, instituciones democráticas y el equilibrio social, y entre el auge del fascismo y la guerra, el peligro del exceso de datos, el impacto de la IA en el mercado laboral, el poder civil en el caso de la primavera árabe en Egipto o el auge y el declive de las leyes generales del capitalismo, entre otros muchos asuntos. “Es un visionario. Antes de que un tema empiece a generar literatura científica, él ya lleva un tiempo estudiándolo”, afirma Martínez Bravo.
Los que le conocen bien aseguran que es un grandísimo profesor, que su conocimiento es enciclopédico y que es extraordinariamente productivo. “Cada año publica una quincena de investigaciones en las revistas más reputadas de economía, generando cerca de 20.000 citas por año. ¡Sus números son de otro planeta!”, subraya Pascual Restrepo, exalumno suyo y colega en investigaciones relacionadas con la irrupción de robots en el campo laboral.
Hace dos años, en un debate con el gurú de la economía Martin Wolf, las tesis de Acemoglu hicieron confesar al primero que los estudios económicos separados de la política y las ciencias sociales —la práctica económica seguida a pies juntillas durante décadas— son en realidad “embarazosamente simples”. Y Wolf llega entonces al corazón de un problema de calado: “No tenemos un buen modelo para estudiar la sociedad”, dice. Eso es lo que hace el economista turco-estadounidense: te obliga a repensar lo que das por cierto a partir de investigaciones incontestables.
Por eso, en estos tiempos de automatismo y programación, Acemoglu advierte contra el pensamiento acrítico e insiste en reflexionar y decidir los usos humanos que queremos que la tecnología nos proporcione. Su tesis es que la automatización no tiene nada de malo, que lleva produciéndose desde mediados del siglo XVIII y que, por supuesto, continuará, pero que debe dirigir sus competencias hacia la mejora de la vida humana.
En la película Inteligencia artificial (2001, Steven Spielberg), el robot-prostituto interpretado por Jude Law le dice al robot-niño (Haley Joel Osment): “En estos tiempos lo más caro es la información”. Ahora, también. Entre océanos de noticias falsas y desinformaciones, el conocimiento riguroso, cincelado en datos, como el que genera Acemoglu, vale su peso en oro.