Quizá no se pueda culpar a un Estado por no remitir la pobreza que él no instaló, por no ganar la guerra que él no provocó o por no superar la crisis que él no excitó. Pero es innegable que el gobernante que no puede imponer la obediencia de sus propias leyes está más que perdido.
México es el mejor país para los criminales. En muchas ocasiones he pensado y comentado que, si un abuelo mafioso extranjero le recomendara a su nieto el mejor país para irse a medrar y a residir, sin duda le recomendaría México.
Las razones son muchas, pero me quedo con tan sólo dos de ellas. La primera es porque es la 14ª potencia económica mundial. Un país muy rico les será bueno porque, donde hay dinero, hay quienes pueden comprar drogas, comprar armas, comprar sexo, comprar piso, comprar fraudes, comprar alcahuetes y hasta pueden comprar autoridades.
La segunda razón es porque México ocupa el lugar 124 en el ranking mundial de impunidad. Según los datos oficiales, tan sólo se castiga el 2% de todos los millones de delitos anuales que se cometen, la mayor parte de ellos ni siquiera denunciados.
En cierta teoría se dice que el gobernante ejerce el poder que le confiere la ley. Es decir, que el poder político proviene de la potestad jurídica. Por el contrario, hay otra teoría que afirma que la fuerza efectiva de una ley proviene de la voluntad aplicativa del gobernante. Es decir, que la vigencia jurídica proviene de la regencia política.
Quizá no se pueda culpar a un Estado por no remitir la pobreza que él no instaló, por no ganar la guerra que él no provocó o por no superar la crisis que él no excitó. Pero es innegable que el gobernante que no puede imponer la obediencia de sus propias leyes está más que perdido.
Para hacer un pronóstico sobre el combate a la delincuencia, es necesario considerar cuatro preguntas: ¿Se puede ganar? ¿Quién va a ganar? ¿Cómo se va a ganar? ¿Cuándo se va a ganar?
Las dos peores derrotas de un sistema político contemporáneo son el fracaso de su autoridad y el fracaso de su libertad. El triunfo de ambas no es sencillo sino complejo, porque tienden a excluirse con inversa reciprocidad. O mucha autoridad y poca libertad, como los asiáticos; o mucha libertad y poca autoridad, como los latinos. Pero mucha autoridad con mucha libertad, como los europeos y los estadunidenses, es una aleación difícil que cuesta inteligencia, esfuerzo y voluntad.
Por eso tengo miedo de que mi generación de mexicanos sea la artífice de la gran catástrofe de una vergonzosa derrota histórica a partir de no haber entronizado la plena potestad de nuestra autoridad, al mismo tiempo de no haber consolidado el adecuado uso de nuestra libertad. El peor de los mundos posibles es la libertad restringida y la autoridad derruida.
Frente a ello, también debemos ser realistas. Si lo decimos con claridad, ¿en verdad todos los gobernados quieren que nuestros gobiernos apliquen las leyes? ¿Todos los gobernantes quieren legalidad, honestidad y justicia? ¿Todos los mexicanos quieren castigo para el infractor? No creo que podamos estar muy seguros de ello.
El gobierno honesto funciona bien en las sociedades honestas. Pero en nuestra región eso no siempre gusta porque el gobierno honesto también exige que lo sean los ciudadanos. Y, mientras más cumplidor lo es de su honestidad, más la exige de sus gobernados.
El gobierno que no delinque no permite que los ciudadanos violen la ley laboral ni la ley familiar ni la ley fiscal ni, mucho menos, la ley penal. Vamos, ni siquiera lo permite con la ley vial. Castiga fieramente al que no paga los impuestos, pero también al que no respeta la velocidad de tránsito.
Me da mucha vergüenza el abuelito mafioso que le dice a sus nietos que en México serán ricos y serán felices. Pero me invade de tristeza el abuelo decente que le recomienda a sus nietos no venir a México ni a invertir y ni siquiera a pasear. Y se cae mi fortaleza cuando el abuelo mexicano le aconseja a sus nietos transferir sus tesoros, si los poseen, o tan sólo sus esperanzas, si es lo único que tienen, para irse de México con boleto sencillo.
Ante ello, la alteza obliga siempre a luchar y ganar, nunca a llorar y escapar. Nosotros cubrimos la trinchera.