En Moctezuma, la puerta de entrada al ‘Sonora profundo’, los olvidados pueblos de la sierra alta donde este año hasta el cielo se guardó la generosidad para otro momento y las lluvias han escaseado poniendo en serios aprietos las actividades productivas, la gira del gobernador sirve para varias cosas.
Para el reencuentro con las raíces identitarias del ser sonorense, para el refrendo del compromiso con los habitantes de aquella vasta región donde de vez en vez aparecen entre las montañas pequeños caseríos que revelan la ruta de los misioneros jesuitas que entre los años 1600 y 1700 iniciaron la construcción del complejo sincretismo cultural con los indígenas pimas y ópatas, que al correr de los siglos derivó en sociedades de economías pujantes fincadas en la minería, la ganadería y la agricultura, pero también con profundas desigualdades.
En la antigua Oposura, que en algún momento fue llamada por los jesuitas ‘La catedral de Sonora’, la gira sirve también para calibrar los logros tangibles de los programas sociales: allí existe desde hace 24 años la Universidad de la Sierra, una institución de educación superior que era un viejo anhelo de los sierreños, pues hasta entonces la oferta educativa llegaba solo hasta preparatoria.
Hoy, a esa universidad llegan jóvenes de diversos municipios de la región para formarse en diferentes campos de estudio: agronomía y veterinaria; artes y humanidades; ciencias naturales, exactas y de la computación; ciencias sociales, administración y derecho; ingeniería, manufactura y construcción.
Pero había un problema: por diferentes razones, la Universidad de la Sierra era la institución de educación superior que mayor índice de deserción registraba. En los últimos tres años esa tendencia no solo se contuvo, sino que se revirtió de manera que en este ciclo escolar ni un solo alumno ha abandonado sus estudios.
Y a esto ha contribuido significativamente el programa de becas Sonora de Oportunidades que incluye a la totalidad de la matrícula de esa universidad: hay 600 alumnos inscritos y ayer fueron entregadas 584 becas, 272 de ellas por un monto de diez mil pesos y el resto, de 7 mil 500. También se entregaron 584 tarjetas de internet con 7 GB para navegar, llamadas y mensajes ilimitados y redes sociales gratuitas, del programa federal Internet del Bienestar, de la CFE.
Había pues, motivos para el júbilo en el gimnasio universitario donde se llevó a cabo el evento y donde el gobernador aprovechó para sacar de la libreta de sus recuerdos los avatares como nativo de Bavispe, un pueblo de aquella región, mucho más pequeña que Moctezuma, tanto, “que cuando veníamos de niños era como ir a la gran urbe”.
Las oportunidades -les dijo a las y los jóvenes allí congregados- no las determina el dinero, la posición económica. La determina la aplicación en el estudio. Si así fuera, si el dinero determinara las oportunidades, no estaría yo aquí hoy, hablándoles como gobernador del estado, subrayó.
La gira sirve, decíamos, para el reencuentro con las raíces, para el refrendo de compromisos y también sirve, desde luego, para el placeo. Para la proyección política de la nueva generación de servidores públicos que Alfonso Durazo está empeñado en forjar.
El auditorio, repleto de veinteañeros universitarios es propicio para llamar al escenario a Paulina Ocaña Encinas, la jefa de la Oficina del Ejecutivo estatal, que apenas cuenta 27 años de edad y se ha ganado a pulso cada uno de los reconocimientos obtenidos, y los cargos alcanzados.
Están allí otros dos jóvenes: Froylán Gámez, secretario de Educación y Cultura, y Manu Cáñez, director del Instituto de Becas y Crédito Educativo; ambos, también, parte de esa nueva generación de políticos y servidores públicos que están haciendo camino al andar.
Claro, también hay veteranos para no dejar sentido al entreverado generacional, aunque no sean de la misma cuadra del gobernador. El alcalde de Moctezuma, por ejemplo, Francisco Araiza Monge, mejor conocido con el remoquete de ‘Pancho Platas’, de cuestionadísimo paso por el servicio público como funcionario estatal en la administración de Guillermo Padrés Elías.
Aun así, el gobernador le brinda deferencias. Dice que lo mejor para él es que los alcaldes pertenezcan al movimiento de la 4T, pero si el pueblo decide otra cosa hay que respetarla. Y por eso lo llama, lo reconoce y lo abraza con sonoras palmadas en la espalda.
II
De Moctezuma salimos rápido rumbo a Tepache. Son unos 40 kilómetros por carretera, que por cierto está en buenas condiciones. “Porque no ha llovido”, acota no sin sarcasmo una colega. Y eso es bueno para la movilidad, pero malo para las vaquitas, que nomás no rinden y vale recordar que de la ganadería vive una muy buena parte de esa región.
Tepache es otro pueblo cuya fundación data del año 1678, o sea, hace un chingo de años. Y allí están, los pobladores resistiendo en el arraigo a la tierra, a la sierra, a la lejanía con los centros urbanos más grandes; a los problemas que significa estar remontado en el monte cuando se tiene algún imprevisto, por ejemplo en materia de salud.
Pues ese pueblo fue elegido para arrancar la jornada nacional de vacunación contra la influenza y la Covid-19 que tiene como meta aplicar más de 876 mil vacunas priorizando a los grupos vulnerables.
El evento fue a un costado de la clínica del IMSS, uno de los centros de salud que como parte de los programas federales y estatales han sido remozados, atendidos y algunos reconstruidos después de décadas de abandono, según relató el gobernador. Y lo más importante, dijo, es que en ninguno de ellos van a encontrar una caja registradora porque los servicios son totalmente gratuitos.
Y a propósito de raíces identitarias, el alcalde de Tepache, Juan Carlos Moreno -que en su naturaleza de sonorense bronco y culto, diría el maestro Carlos Moncada- aprovechó su momento al micrófono para recordarle al gobernador que la sequía los está golpeando fuerte y que urgen políticas públicas para enfrentar la contingencia, también accedió, no sin ciertos pudores, a desabrocharse la camisa y dejar al descubierto “la chichi” (dijo una colega) para que le aplicaran la vacuna.
Lo hizo sin hacer gestos y fue compensado con el aplauso de la concurrencia, que para ese entonces se comenzaba a dispersar para el regreso a sus cotidianeidades, que no tienen mucho que ver con la parafernalia del ejercicio gubernamental o la política, sino con la continuidad de la vida allá, en lo más alto de la sierra.
III
Siempre es un encanto ir a los pueblos de la sierra porque se pueden hacer cosas como averiguar dónde y quién tiene bacanora para abastecer la cava. Me tocó un señor bien tímido, que parecía andar vendiendo fentanilo. Fue a su casa o no sé a dónde, lo trajo en una botella de caguama Miller, se disculpó porque no tenía ‘tapadera’, pero rápido sacó su navaja de la funda de cuero, agarró una rama del árbol más cercano al paraje donde tenía la botella cubierta con un chingo de trapos, la afiló, la cubrió con una bolsa de hule cortada a navajazo limpio, y tapó el envase.
“Es que yo no estoy vendiendo, yo lo hago para mí”, me dijo disculpándose porque además, le daba como pena la transacción, allá a la vuelta de la cuadra donde al alcalde lo estaban vacunando y había todo un cerco de policías municipales, estatales, guardias nacionales y militares…
“Pruébalo”, me dijo. “Este no es de panocha”, apuntó, pero ahí sí ya no le entendí. Lo probé y es un buen bacanora de Tepache.
Cuando regresé ya se estaba acabando el evento, todos se iban al regreso de sus cotidianeidades y de pronto veo que, a propósito de ‘placeos’, ahí andaba Célida López, la flamante secretaria de Agricultura, Ganadería, Recursos Hidráulicos, Pesca y Acuacultura.
Becas estudiantiles no le corresponden. Vacunas contra la influenza tampoco. Pero bueno, démosle el beneficio de la duda y supongamos que andaba cantando con Zitarrosa aquella de Atahualpa Yupanqui: “las penas y las vaquitas se van por la misma senda/las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”…
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