Utilizan líneas de crédito, logradas con el aval de sus activos financieros, que luego se desgravan como gastos financieros
Miguel Moreno Mendieta / El País
Las deudas bancarias son una pesada losa para muchas familias: la cuota de la hipoteca, la letra de un préstamo personal para las vacaciones, la tarjeta de crédito… se convierten en un gasto extra que se come parte del presupuesto mensual. Pero esto no es así para todo el mundo. En el caso de personas muy adineradas, tener una línea de crédito con el banco se puede convertir en una herramienta de planificación fiscal para pagar menos impuestos. ¿Cómo es posible?…
La clave es cómo consiguen esa financiación. En los préstamos personales o las tarjetas de crédito, el cliente responde de la deuda con su patrimonio. Ante el riesgo de impago, el banco exige tipos de interés altos, que pueden ir del 11% al 20% TAE. En cambio, en las líneas de crédito para ricos lo que se hace es poner como garantía sus activos financieros. Alguien con 50 millones de euros en fondos de inversión, solicita al banco esa línea, y pignora los fondos. Así, la entidad financiera tiene la garantía de que, si no se va devolviendo el crédito, puede quedarse con parte de esos fondos. De este modo, el tipo de interés que se le aplica es mucho más atractivo, de entre el 2% y el 4%.
Pero, si ya se tiene el dinero, ¿por qué no ir vendiendo los fondos o las acciones para luego gastarlo? ¿Qué ventaja tiene pedir la línea de crédito? La clave es la fiscalidad. En primer lugar, al no tener que vender los activos, no hay que tributar por los rendimientos conseguidos. En el Impuesto de la Renta, este tipo de ingresos está gravado con un tipo que llega al 28%. Además, estas personas de altos patrimonios tienen sociedades para tributar y pueden deducirse el gasto que han tenido al pagar intereses, de otros ingresos que sí que son gravables.
Francisco González Martín, el máximo experto en fiscalidad de A&G Banca Privada, explica que la fórmula de utilizar los activos financieros para conseguir financiación “es algo que utilizan muchísimo los altos patrimonios”. Según relata, estos perfiles de clientes tienen una sociedad familiar de la que cuelgan inversiones en inmuebles, fondos de capital riesgo, otras empresas y también, los activos financieros. “Aportar 10 millones de un fondo de inversión como garantía para una línea de crédito permite conseguir condiciones de financiación muy atractivas. Además, el gasto en intereses es deducible y, por último, si se demuestra que el dinero recibido del banco se dedica a una actividad empresarial quedará exento del cálculo patrimonial para pagar el impuesto sobre las grandes fortunas, lo que es otra buena ventaja”.
Desde una cuenta de la red social X, un empleado bancario afincado en el País Vasco explicaba hace meses que cada vez conoce más casos de uso en España de este tipo de fórmulas. Y ponía un ejemplo muy gráfico. “Un cliente con una cartera de fondos que vale 20 millones de euros y que logra todos los años un retorno que supera a la inflación en un 3%, podría tener una línea de crédito por 15 millones de euros, con un tipo de interés muy bajo, gracias a pignorar su cartera. Si cada año dispone de 500.000 euros, con esta fórmula acabará en 30 años con una cartera de activos de 48 millones de euros, mientras que si hubiera ido retirando ese dinero acabaría en tres décadas con 15 millones de euros”.
La diferencia en cuanto a la fiscalidad es enorme, porque si tuviera que ir vendiendo sus fondos cada año para tener esos 500.000 euros para sus gastos, debería abonar a Hacienda el 28% de las plusvalías acumuladas. Además, si deja la cartera de fondos a sus herederos, esos rendimientos acumulados ya no tendrían que tributar. Al final, el gasto financiero por tener que disponer de la línea de crédito se compensa holgadamente al tener que pagar menos impuestos y con los rendimientos que siguen generando los fondos pignorados.
Uno de los pocos riesgos que se asume con esta operativa es que haya una drástica subida de tipos de interés, que encarezca el coste de financiación, y que se vea acompañada de una corrección bursátil —tal y como sucedió en 2022—. Pero, dado que se suele tratar de inversiones a muy largo plazo, estos suelen ser problemas coyunturales. Normalmente, el cliente rico logra retornos con sus inversiones de entre el 5% y el 8%, mientras que paga de intereses menos de la mitad.
El origen de esta práctica está en Lombardía (Italia) cuando la empezaron a utilizar los banqueros. De hecho, aún se sigue conociendo como préstamo lombardo. En Estados Unidos se conoce esta estrategia como buy, borrow, die (compra, pide prestado y muere, en inglés), y permite a los superricos optimizar la factura fiscal también en el momento de la herencia. Para la entidad financiera, el riesgo asumido es mínimo, porque siempre se pueden acabar ejecutando los activos pignorados. Un caso muy famoso es el de Elon Musk, que ha pignorado parte de sus acciones en Tesla para financiar gastos personales sin tener que reducir su participación, que rozan el 13% del capital.
José Luis Benito, consejero delegado de la gestora True Value y experto en fiscalidad, reconoce que “la opción de pignorar activos financieros es algo que utilizan algunas grandes fortunas, pero su uso no es tan interesante para quien no tiene patrimonio estructurado por medio de sociedades”.