Seis años ha empleado el fotógrafo pamplonés en completar su trabajo ‘The Gap’ (El agujero), que resume desde la belleza convulsa el drama de esta separación abrupta entre dos países y dos continentes
Javier Lafuente / El País Foto: Daniel Ochoa de Olza
Muro. Pocas veces cuatro letras esconden tanto detrás. Miles de kilómetros, millones de personas, dos países. Pocas veces una barrera llega a abrir tanto la mente. El muro que separa México y Estados Unidos, el muro, así, en singular, pues probablemente hoy en día no haya otro en el imaginario colectivo tan recurrente como este, deja huella desde la primera vez que uno lo ve asomar. Una huella que ha llevado al fotógrafo español Daniel Ochoa de Olza a retratar durante los últimos seis años una obra “bastante siniestra” que describe, con acierto pleno, como una némesis de las del artista Richard Sierra. Un ejemplo de cómo el ser humano puede desarrollar una ingeniería de más de 3.000 kilómetros “para joder”.
The Gap, el agujero, es un trabajo preciso, tenaz, de una belleza monumental como solo puede serlo cualquier cosa que lleve de la mano a México y Estados Unidos, muestra los espacios que deja el muro a lo largo de una frontera que, en la práctica, no es tal: aparece y desaparece constantemente, dejando espacios por los que —con la ayuda apenas de una madera y unos cuantos clavos con los que improvisar una escalera— sea posible el cruce.
Un agujero, también, que esconde lo peor del ser humano: la división entre dos pueblos, un continente que se parte en dos, en definitiva. De un lado, el gran sueño; del otro, la pesadilla. A saber, a veces, cuál es cuál. O que se lo pregunten a los millones de personas que cada año tratan de cruzar a Estados Unidos y para ello no solo se la juegan en el norte de México; en muchos casos llegar ahí se convierte en el sueño después del infierno, que es transitar este país siendo migrante.