La detención reciente de un adolescente en Tucson ilustra cómo los grupos criminales explotan a menores debido a su inmunidad legal. El fenómeno de los “menores de circuito” ha crecido y diversificado.
Oscar Misael Hernández-Hernández
Hace unos días, el periodista Daniel Sánchez publicó en Excélsior una nota sobre la detención de un adolescente de 17 años, quien transportaba a tres personas migrantes en un vehículo que fue detenido por agentes de la Patrulla Fronteriza en Tucson, Arizona. John R. Modlin, jefe de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza en el sector, declaró en una entrevista que “los grupos criminales aprovechan a los menores de edad porque no pueden ser judicializados ni en México ni en Estados Unidos”. Incluso destacó que la detención revelaba “las tácticas de las organizaciones de contrabando que, a menudo, explotan a individuos jóvenes y vulnerables para obtener beneficios en sus actividades delictivas”.
Casos como el publicado en Excélsior no son únicos: en otras ciudades y regiones de la frontera México-Estados Unidos, los medios y las instituciones migratorias han documentado la detención y repatriación de adolescentes, incluso de niños, que participan en el tráfico de migrantes. Tampoco se trata de algo nuevo, sino de un fenómeno de hace varios años. Hace poco más de una década, por ejemplo, el Programa de Defensa e Incidencia Binacional los adjetivó como niños, niñas y adolescentes de circuito y los describió como: “Aquellos que cruzan de manera recurrente e indocumentada a Estados Unidos por motivos que no tienen que ver con la búsqueda de trabajo ni la reunificación familiar”, sino que “se encuentran involucrados con redes de tráfico de personas para que guíen el paso de migrantes por la frontera, o bien, con grupos del crimen organizado para el trasiego de drogas”.
Desde 2012, he analizado el fenómeno en la frontera de Tamaulipas con Texas. Con base en trabajo de campo realizado en Centros de Atención a Menores Fronterizos (Camef) situados en ciudades mexicanas como Matamoros, Reynosa y Nuevo Laredo, así como en algunas ciudades del Valle de Texas, como Brownsville y McAllen, identifiqué a los llamados “menores de circuito”, como se les denominaba a los niños y adolescentes involucrados en el tráfico de migrantes en un manual de operatividad elaborado por el Sistema DIF Tamaulipas y los Camef. Específicamente encontré que se trataba de varones, de entre los 14 y 17 años, residentes en ciudades fronterizas, que por diferentes motivos participaban en el tráfico de migrantes y eran cooptados por grupos delictivos por razones como las enunciadas por John R. Modlin.
El fenómeno ha persistido y, durante la última década, ha cobrado relevancia en diferentes ámbitos. En los medios de comunicación, por ejemplo, se les dio mayor visibilidad y distintas agencias empezaron a hablar de los “polleritos” o los “coyotitos”, entre otras etiquetas que retomaban analogías de los traficantes de migrantes adultos adjetivados como polleros o como coyotes. En la academia, se suscitó un debate interesante: por un lado, quienes demandaron dejar de etiquetar a esta población y más bien resaltar su vulnerabilidad social y jurídica; por otro, quienes enfatizaron reconocer su capacidad de agencia y de manipulación institucional. A nivel institucional, el fenómeno tomó interés, una muestra de ello es la publicación que hizo la Unidad de Política Migratoria, Registro e Identidad de Personas, en diciembre de 2023, titulada Niñas, niños y adolescentes en movilidad de circuito y su relación con el tráfico ilícito de personas migrantes.
A nivel binacional, el fenómeno también ha cobrado interés, aunque de formas distintas. En 2014, por ejemplo, la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos implementó un programa en el sur de Texas llamado Juvenile Referral Process, el cual consistió en detener mayor tiempo a los niños o adolescentes migrantes identificados como de circuito, llevarlos a conocer espacios y programas culturales, con el objetivo de separarlos un tiempo de redes delictivas en México y, de paso, obtener información del modus operandi. El problema fue que, al repatriarlos, las redes delictivas también les pidieron información sobre el programa, los lugares y las personas que lo implementaban.
En el mismo año se implementó un programa en Ciudad Juárez, uno de seguimiento y monitoreo de niñas, niños y adolescentes de circuito, pero debido al cambio de gobierno finalizó en 2016. En 2020, en plena pandemia, en Matamoros inició un programa denominado Mis pies sobre nuestras raíces, consistió en apoyar económicamente a esta población para terminar sus estudios, dándoles servicios de salud y psicosocial y vinculándose con las familias. Desafortunadamente no se sabe si aún opera y cuáles han sido sus resultados.
Al menos en la región fronteriza de Tamaulipas con Texas, los trabajos de académicas que han analizado el fenómeno, a decir de Tamara Segura, Amy Thompson, Gianina Pesci y yo, han enfatizado cuatro cosas:
1) Sin duda, los niños y los adolescentes de circuito son vulnerables, incluso son víctimas de distintas formas de violencia, ejercidas tanto por las redes de tráfico como por algunas autoridades en ambos lados de la frontera. Sin embargo, ello no significa que también ejercen su agencia, en particular con autoridades.
2) La participación de niñas, en particular adolescentes, se ha hecho más visible en este fenómeno. Ya se hablaba de ello, pero no se había demostrado empíricamente.
3) Los niños y los adolescentes de circuito ya no sólo pertenecen a ciudades fronterizas del norte, sino también de otros contextos, respondiendo a estrategias de redes de tráfico transnacionales.
4) Durante y después de la pandemia, estadísticamente la cantidad de niños y adolescentes de circuito incrementó significativamente en esta región, a pesar del cierre temporal de la frontera y del aumento de la vigilancia.
Otros hallazgos importantes los he planteado en algunos ensayos, por ejemplo, que esta población desempeña diferentes actividades dentro del tráfico de migrantes, no sólo como guías, sino también como enlaces o contactos, como nadadores cruzando el río Bravo, como halcones o espías, o bien como conductores. Todo ello en el marco de una división social del trabajo y profesionalización que demanda la nueva dinámica de tráfico de migrantes. Incluso, se han especializado en lo que algunas autoridades y derechohumanistas han llamado “pollerismo digital”: asesorando a migrantes sobre formatos o “cazando” citas de solicitantes de asilo en aplicaciones como CBP One a cambio de pagos considerables.
Como se observa, el fenómeno de los niños y adolescentes de circuito en la frontera México-EU no es nuevo, pero sí ha cambiado a lo largo del tiempo en diferentes espacios.
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