La sequía afecta a un singular espacio de la Sedena en el sur de Chihuahua, dedicado a suministrar de caballos a los destacamentos militares que desfilan cada 16 de septiembre en Ciudad de México
Jorge Vaquero Simancas / El Pais
Todos los soldados saludan con la mano al frente al teniente coronel Jacinto Moreno al pasar con la camioneta. Las costumbres castrenses se ablandan en cuanto el alto rango pone un pie en el suelo del Criadero Militar de Santa Gertrudis, ubicado en las llanuras del sur del Estado de Chihuahua. Bromea y habla de la situación de los animales con los veterinarios, que en este espacio tan grande como la Ciudad de México reproducen y crían a los caballos que cada año cruzan la capital en los grandes desfiles militares. En este campo los soldados dejan las armas para conservar al bisonte americano y el borrego cimarrón, especies que estuvieron en riesgo de desaparecer del territorio mexicano. Unos animales ahora amenazados por la sequía. La falta de agua ha provocado en los últimos seis años un aumento del 29% en los costes de mantenimiento de los animales de la Secretaría de Defensa Nacional (Sedena).
La entrada al Campo Militar 42a Francisco Villa, a donde se llega desde la ciudad de Delicias, es un pequeño puesto en el que un militar revisa quién y por qué entra. A partir del control, las llanuras salpicadas por algunas montañas se extienden por más de 149.440 hectáreas que cubren pequeños arbustos y pasto de un color verde apagado. “Hace un mes se veía todo amarillo”, recuerda el militar y veterinario Moreno, de 53 años, para advertir cómo la sequía extrema lleva años afectando al Estado de Chihuahua. La escasez de agua es una de las razones por la que la cantidad de caballos del criadero ha mermado desde los 2.400 que había en 2020 a los poco más de 1.000 que hay en la actualidad, según la estimación del teniente coronel.
Los equinos, que pastaban en ganadería extensiva comiendo lo que salía de la tierra, ahora tienen que ser alimentados con forraje y sales minerales con melaza. Viven en 16 de las 21 estancias —asentamientos rurales— en los que está dividido el campo militar. Una de ellas, que está junto a los edificios centrales de Santa Gertrudis, es la Unidad de Reproducción de Cerro Colorado.
La subteniente y encargada del centro de reproducción equino, Jeimmy Hernández, de 30 años, tiene a sus subordinados preparados para comenzar la exhibición de caballos. La veterinaria da la orden y un soldado saca al óvalo de exhibición a un frisón negro de 165 centímetros a la cruz, donde empieza el cuello del animal. “Es utilizado como semental. Tiene tres años y seis meses, todavía es un caballo que va a continuar creciendo”, explica Hernández. Los sementales son pocos. Son los que aportan el semen para inseminar artificialmente a las yeguas, que forman un grupo de 40 en un área cercada muy próxima a los establos.
Los frisones y los cuartos de milla son los dos principales caballos que se “producen” en el criadero. Pero nacen del vientre de otra raza diferente, la Santa Gertrudis, que está en proceso de convertirse en la primera raza militar mexicana certificada por la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural. Para la subteniente Hernández son una raza excelente para gestar el embrión de cualquier tipo de caballo. “La Santa Gertrudis tiene algunas características preciosas, entre ellas una buena adaptabilidad a los cambios climáticos que son altamente extremos en el norte del país y una buena conversión alimenticia [con poco alimento son capaces de crecer]”, explica.
La cría de caballos jugó un papel importante desde que en 1927 el Gobierno mexicano cedió los terrenos de Santa Gertrudis a la entonces Secretaria de Guerra y Marina. Los avances militares y automovilísticos volvieron al animal irrelevante en la década de los años setenta. Los equinos que hoy nacen en Santa Gertrudis solo son destinados a los 25 regimientos de Caballería del Ejército mexicano para uso deportivo y para los desfiles militares. “Nosotros somos la tienda, ellos son los que compran”, ejemplifica Hernández sobre el funcionamiento del criadero. Este año les han pedido ocho frisones. “El 90% de los caballos que desfilan en Ciudad de México nacieron aquí”, apunta el teniente coronel Moreno.
El otro programa a gran escala del criadero militar es el bovino. En total hay más de 2.700 cabezas de ganado repartidas en 10 estancias del criadero. Las razas que se producen son la Aberdeen Angus, de origen escocés; la Charolaise, venida desde Francia; la británica Hereford; y la más reciente incorporación, llegada hace tres años, la japonesa Wagyu. La mayoría de las vacas tienen como fin ser consumidas por los miles de soldados del Ejército mexicano. El número de ganado en el criadero no suele variar. “Nacen 600, mueren 600″, explica Moreno.
El coste de este criadero para los mexicanos, como muchos de los gastos del Ejército y la Marina, son opacos en los Presupuestos de Egresos de la Federación. Ni Moreno ni la responsable de prensa del criadero han dado cifras del mantenimiento de los alrededor de 450 militares destinados al mantenimiento de Santa Gertrudis y los más de 3.700 animales que allí habitan. La única cifra que permite aproximar el dinero dedicado a la cría de animales de la Sedena es el apartado “salud y producción animal”, que alcanza los 113 millones de pesos (5,7 millones de dólares), un 27% más que la de 2018.
El teniente coronel admite un aumento de los costos en los últimos años a causa de la sequía. “Tienes que empezar a ver cómo comprar el forraje, hay que conseguir el agua, hay que llevársela hasta donde están [los animales]. Todo eso ya influye en la cuestión económica”, asume.
Conservación de especies protegidas
En el cerro del Convento, uno de los que salpican las extensas llanuras de Santa Gertrudis, el sargento segundo Silvestre Salgado, de 37 años, bromea sobre si salvaría a un borrego cimarrón de las garras de un águila real mexicana, ambos en protección especial en México. “Pero aparte está en el escudo nacional [el ave], ni modo que la mates”, dice entre las risas de sus compañeros. El ambiente del criadero dista mucho de la imagen típica de un campo militar. En Santa Gertrudis ni veterinarios ni ganaderos llevan armas. El único distintivo son los uniformes de la Sedena y los modos castrenses como el pase de filas y el saludo militar.
Los soldados, junto con la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), comenzaron el programa de conservación del borrego cimarrón, que durante años estuvo en peligro por la caza furtiva. Llegaron ocho hembras y dos machos que se reprodujeron hasta los 52 especímenes, que viven en semilibertad en un área de 500 metros cuadrados en los que se les prepara para ser devueltos a la libertad. “Ya tenemos animales que son propensos a ser liberados y hay que buscar las hembras que puedan irse con ellos”, explica Salgado. La orden de liberación, en este caso, no vendrá de uno de sus mandos superiores, sino de los expertos de la Semarnat, que cada poco acuden para ver el estado de los borregos.
A unos kilómetros del cerro del convento, en una pequeña cuadra de piedra, está el que Moreno considera el animal “más imponente” del criadero. Unos 11 bisontes, el mamífero terrestre más grande del continente americano, se mueven poco entre los muros de piedra. Son solo algunos de los 35 que viven en Santa Gertrudis y que se han reproducido desde que el programa de conservación comenzó en 1996, con cuatro machos y siete hembras.
A finales del siglo XIX apenas quedaban 300 bisontes en todo el mundo. Sus principales amenazas fueron la pérdida de sus hábitats por tierras de cultivo. Otra de sus amenazas es el muro fronterizo, según un informe de la Semarnat, a pesar de que hay más de 350.000, la mayoría en Estados Unidos y Canadá, de los que el 70% se destinan a consumo humano. En el criadero su problema es, como para casi todos los animales, la falta de agua y pasto. “Se enflacan y tenemos que encerrarlos para apoyarlos con alimento y agua”, explica Moreno. Junto a ellos también se crían 80 especímenes de ciervo rojo, originarios de Europa pero traídos de Nueva Zelanda, para investigarlos científicamente.
Al teniente coronel Jacinto Moreno sabe que le queda poco tiempo en el criadero. Cada poco tiempo relevan a los altos mandos, como es común en las comandancias y regimientos del país. No teme que el criadero se vea consumido por grupos criminales o una desmilitarización. La presa Francisco I. Madero, que surte a Santa Gertrudis, está apenas al 15% de su capacidad máxima, según el monitoreo de la Comisión Nacional del Agua. La verdadera preocupación del veterinario es el cambio climático. “Me tocó vivir este periodo de sequía. Yo no me lo esperaba. Es algo contra lo cual no tienes muchas armas para hacerle frente. Tú nomás ves como el campo se está secando y tus animales están enflacando, enflacando, enflacando…”.