No pudieron en las urnas. No pudieron en las calles. Tampoco a punta de recursos judiciales notoriamente improcedentes y que violentaban la Constitución. Les falló el formidable aparato mediático con el que cuentan. Repetir centenares de miles de veces la misma mentira no les funcionó tampoco.
Conforme avanzaba el proceso legislativo para aprobar la reforma al Poder Judicial fueron, al mismo tiempo que perdían la batalla, perdiendo los estribos.
Tampoco les sirvió que los ministros, comenzando por la mismísima presidenta de la SCJN ignorando aquello de que no se puede ser juez y parte, se sumaran al puñado de manifestantes y, en defensa de sus prebendas y privilegios, corearan falsedades y salieran retratados en las primeras planas de los principales diarios nacionales.
Su llamado no prendió en el país; no se alzaron multitudes enardecidas para defender a “sus jueces”, no se desplomaron los mercados, no escaló Washington sus amenazas. En la radio y la prensa sus voceros, histéricos, comenzaron a lanzar peroratas incendiarias. Solo entre las y los más fanatizados militantes de la derecha conservadora tuvo impacto el llamado de los otrora más influyentes líderes de opinión.
Imposible, al verlos tratando de azuzar a las masas que se mostraron indiferentes a su llamado, no pensar en aquel general fascista español que, en la Universidad de Salamanca y cuando apenas Francisco Franco había desatado el infierno que consumiría a España, le gritó a don Miguel de Unamuno: “muera la inteligencia”.
Desesperados sus líderes —¿cuánto poder e influencia real tendrán estos personajes de opereta que dependen de un solo voto?— se lanzaron desesperados acusaciones e insultos entre sí. El llamado a linchar y a “agarrar a chingadazos a los traidores” lanzado por una senadora panista cundió en sus propias filas.
Solo cuando irrumpieron los provocadores al Senado las y los senadores panistas dejaron de lanzarse invectivas entre sí. Como héroes de la patria recibieron a gritos a quienes, con violencia, interrumpieron el debate legislativo.
Ni los legisladores republicanos más extremistas se atrevieron a tanto, cuando en Washington un grupo de fanáticos azuzados por Donald Trump se tomó el Capitolio.
¿Qué lograron? Nada. Solo exhibir sus miserias.
Solo mostrar al país el talante autoritario, antidemocrático y proclive a la violencia de una oposición conservadora que, pese a que fue barrida limpiamente en las urnas, no ha tenido la capacidad de analizar con honestidad las causas y el alcance de su derrota y no tiene, en absoluto, la voluntad de respetar la ley y poner al país por encima de sus intereses facciosos.
Una oposición a la que, hoy por hoy, a falta de razones y apoyo popular para lograr sus objetivos, solo le quedan los chingadazos. Una oposición que tiene las manos manchadas de sangre inocente y los bolsillos llenos con dinero del pueblo.
Exhibidos también quedaron en su miseria humana algunos de los hombres más ricos y poderosos del país; esos que usan como gestores de sus intereses privados a jueces, magistrados y ministros. Y exhibidos en su miseria intelectual los académicos y columnistas que se lanzaron contra la reforma sin entender que la inmensa mayoría de las y los mexicanos ha padecido en carne propia —en algún momento de su vida, al menos— la corrupción del Poder Judicial.
Ningún cuerpo policiaco reprimió a los provocadores. No se liaron a golpes con ellos quienes están a favor de la reforma. Fue la suya, una vez más, rabia sin eco.
Cambió de sede el Senado; cumplió escrupulosamente con los requisitos legales y se dispuso a continuar la sesión.
Todo parece indicar que, pese a todo, cumplirá el Legislativo con el mandato popular expresado en las urnas.
Habrá sido este solo un episodio más de ineptitud e intolerancia de la derecha, solo la crónica de otra derrota anunciada; una más de las muchas que, como resultado de la Revolución de las conciencias, habrá de sufrir la oposición conservadora en México.