A pesar de estar sin facultad de habla a raíz del ictus que sufrió en junio, el pensador estadounidense sigue muy presente y se publican ahora en España dos nuevos libros suyos. “Es muy difícil imaginar un mundo en el que Chomsky no hable”, dice uno de sus biógrafos, “y aún mas difícil un mundo sin él”
Sergio C. Fanjul / El País
Hay muchos Noam Chomsky, pero sobre todo dos: el Chomsky lingüista, conocido en círculos académicos por su gramática generativa, y el Chomsky analista político, famoso entre el público general por su incansable escrutinio del poder (sobre todo del poder exterior estadounidense). Chomsky, uno de los intelectuales globales más influyentes desde la segunda mitad del siglo XX, tiene 95 años y se ha pasado esa larga vida comprometido con las causas que ha considerado justas. Ahora no puede: se encuentra semiparalizado y ha perdi…
do la facultad del habla, según confirma a este periódico su biógrafo, Robert Barsky, después del ictus que le sobrevino el pasado 18 de junio y por el que muchos le dieron por muerto. “Seguimos en nuestra casa, en São Paulo, con una rutina intensa de cuidados”, dice su esposa, Valeria Wasserman, a la corresponsal de este periódico en Brasil, Naiara Galarraga. “Es muy difícil imaginar un mundo en el que Chomsky no hable; aún más difícil imaginar un mundo sin él”, añade su biógrafo.
Su longevidad y estado de salud no impiden que sigan uniéndose títulos a su extensísima bibliografía, formada sobre todo por recopilaciones de artículos, libros a cuatro manos, conferencias y entrevistas, muchas entrevistas, porque Chomsky siempre ha estado disponible para difundir su mensaje donde sea requerido. Un modo de propagar sus ideas de forma clara y accesible, lejos de esas teorías alambicadas tan queridas en la izquierda, con la intención de llegar al mayor número de mentes posible. Este mes aparecen dos novedades en España: Autoridad ilegítima (Altamarea), en edición de C. J. Polychroniou, una recopilación de entrevistas sobre diferentes asuntos internacionales (la polarización, la economía verde, Ucrania, Israel y Palestina), y Sobre Cuba (Capitán Swing), al alimón con el historiador marxista Vijay Prashad, un análisis del bloqueo estadounidense a la isla. “Una vez Chomsky me dijo que su actividad no debería verse como extraordinaria”, dice Prashad, director del Tricontinental: Institute for Social Research. “Lo que pasa es que lo ordinario se aferró tanto al statu quo que una crítica como la suya llegó a ser vista así, como extraordinaria. Será recordado por su postura inquebrantable a pesar de la inmensa presión en su contra por parte de sus colegas y del Estado”.
Su padre, hebraísta, legó a Chomsky su amor por el lenguaje y la filosofía. El futuro intelectual nació en Filadelfia, Estados Unidos, en 1928, en el seno de una familia judía procedente de Ucrania y Bielorrusia que huía de las persecuciones antisemitas de la época. En 1955 ingresó en el departamento de Filosofía del Massachusetts Institute of Technology (MIT), donde inició su exitosa carrera como lingüista y cambió el curso de su disciplina a partir del ensayo Syntactic Structures (Estructuras sintácticas, Mouton & Co, 1957). Como explica el lingüista de la Universidad de Maryland, Juan Uriagereka, “Chomsky supo aunar las intuiciones de su mentor Zellig Harris, centradas en la importancia de la sintaxis, con las ideas computacionales de Turing y Von Neumann, que fueron pioneras en el desarrollo de los ordenadores. Pero no contento con establecer las bases para la lingüística generativa que de ahí surge, pasó a argumentar cómo sus componentes habían de ser innatos, resultado más de la evolución que del aprendizaje”.
La teoría conductista dominante en la época sostenía que el lenguaje se adquiría mediante la imitación y el condicionamiento, pero desde Chomsky la mente ya no fue una tabula rasa: venía con reglas de serie y, además, era una mente creativa. Que existiera una gramática innata daba una estructura general, profunda, a todas las lenguas humanas y explicaba por qué los niños podían aprender tan rápido, y sin esfuerzo, cualquier lengua. Son ideas que revolucionaron el campo de la lingüística e influyeron en otros, como la computación, las ciencias cognitivas o la inteligencia artificial (sobre la que también se ha pronunciado prolijamente).
Se pueden encontrar conexiones entre la lingüística de Chomsky y sus posiciones políticas: de ahí la reivindicación de la autonomía y creatividad de los individuos frente a la injerencia externa, el análisis profundo de las estructuras sociopolíticas o su denuncia del adoctrinamiento y la manipulación mediática. Una acción política que surge de su visión humanista y humanitaria, como explica Uriagereka: “Defender la democracia es natural si se cree en el individuo como ente creativo y solidario, máxime cuando las élites intentan asegurar la desinformación, los monopolios o el cerrilismo. Lo que más impacta es que Chomsky ha sido capaz de mantener dos vidas paralelas que se han retroalimentado. Trabajando a jornada parcial en cada una, ha sido referente en ambas”.
Su inicio en el ámbito del análisis político sucede en 1967, en plena guerra de Vietnam, con el ensayo La responsabilidad de los intelectuales, publicado en The New York Review of Books, en el que acusaba a los susodichos de complicidad con el poder y de obviar el compromiso con los oprimidos. Desde sus inicios, Chomsky alienta al lector a cuestionar, a investigar, a tomar decisiones informadas con las herramientas a su disposición. “Los llamados expertos con títulos rimbombantes o grandes recursos a menudo tienen en mente sus propios intereses, como el lucro, el prestigio o el control”, dice Barsky, que ha publicado la biografía Noam Chomsky: una vida de discrepancia (Atalaya, 2005).
La gran lucha de Chomsky, la que vertebra todo su trabajo, se da contra la autoridad arbitraria que genera opresión. En su obra ha escrutado al milímetro el imperialismo estadounidense en América Latina, se ha opuesto a las guerras de Irak y Afganistán, ha diseccionado el funcionamiento de los medios de comunicación en su relación con el poder y divulgado las ideas libertarias y las pedagogías inspiradoras que rehúyen de la opresión. Muchas de sus ideas tienen importantes repercusiones en la enseñanza, y también en la crianza, donde cree que se deberían promover las ideas novedosas o la creatividad en lugar de la obediencia. Su biógrafo añade que “las figuras de autoridad arbitraria y las ideas impuestas sin cuestionamiento son obstáculos para que las personas desarrollen su potencial creativo y su autoestima”.
Chomsky adquirió fama como intelectual comprometido y solvente, con su aspecto de sabio amable de sonrisa y gafas (y, en los últimos tiempos, de Gandalf venerable) y su voz grave y serena. Ha sido incluido entre los intelectuales más citados de la historia, en listas junto a gigantes como Marx, Freud, Foucault o Platón, y hasta ha calado en la cultura popular: apareció en Los Simpson, se imprimieron camisetas con su efigie o protagonizó una canción de la banda española Astrud en la que el intelectual se pone triste y deja de llamar a los anarquistas porque una bakala de Valencia le ha negado su amor. Uno de sus hitos populares fue su célebre debate con Michel Foucault, registrado en la televisión holandesa en 1971, que ejemplificó, grosso modo, la diatriba entre un moderno (Chomsky) y un posmoderno (Foucault). El francés pidió como pago una buena piedra de hachís, según se relata en el reciente libro Foucault en California (Blackie Books), de Simeon Wade. Y la obtuvo. Lo llamaron “el hachís de Chomsky”, aunque el propio Chomsky no estuviera involucrado en la transacción.
De raigambre anarquista, Chomsky escribió su primer ensayo sobre la guerra civil española: tenía solo 10 años y trabajaba en un quiosco neoyorquino frecuentado por intelectuales. “Un punto de referencia crucial para Chomsky es la Cataluña de la década de 1930″, afirma su biógrafo, Robert Barsky, “donde las personas se unieron por su bien colectivo para desafiar el fascismo y el autoritarismo e imaginar una sociedad sin las constricciones asfixiantes impuestas desde arriba”.
Su actividad no ha estado exenta de polémica: muchos le han considerado un traidor a Estados Unidos por su crítica aguda e incansable, especialmente durante la guerra de Vietnam o la guerra contra el terror que siguió a los atentados del 11-S: para Chomsky la política estadounidense estaba en el germen de los atentados contra las Torres Gemelas. También se le ha afeado la tibieza respecto al Gobierno de Hugo Chávez en Venezuela, cuyas políticas económicas y sociales apoyó, aun condenando el autoritarismo y el recorte de libertades. Se consideró que minimizó la magnitud de los crímenes de los jemeres rojos en el genocidio de Camboya. Etcétera. “El enfoque de Chomsky es centrarse en principios generales relacionados con los derechos humanos o civiles”, añade Barsky, “y llamar la atención sobre aquellos grupos o regímenes que sufren opresión. Muchos críticos han confundido esto con un apoyo incondicional a esos grupos o regímenes, independientemente de sus acciones, en lugar de verlo como una ilustración de principios básicos”.
Chomsky, dueño de una vida larga y provechosa, ha estado en los últimos tiempos preocupado por un futuro que no es halagüeño. Advierte sobre los riesgos existenciales: la catástrofe climática, la aniquilación nuclear o el ataque neoliberal al pacto social. “Son tres caminos que nos conducen hacia el Armagedón”, dice Prashad. En un artículo que ambos publicaron en 2021 enfatizan la necesidad de cooperación global. “La confrontación impulsada por los países de la OTAN, liderados por Estados Unidos, en todo el mundo es peligrosa. La OTAN gasta el 75% del presupuesto militar mundial. Es una mala decisión. El mundo necesita cambiar sus prioridades. Necesitamos más colaboración y menos confrontación. Ese ha sido”, concluye Prashad, “el tenor de las opiniones de Chomsky durante la última década”.