Contralínea
El periodismo es, ante todo, un servicio social. La crisis de credibilidad por la que atraviesan las corporaciones mediáticas no sólo en México, sino en el mundo, nos obligan a luchar día a día por ese ideal. Fenómenos como los de la sobre abundancia de información, la posverdad, la infodemia, las mentiras, los montajes mediáticos, las verdades a medias, traicionan a los pueblos y los convierten en rehenes de intereses ilegítimos. Además, traicionan los pilares del periodismo: búsqueda de la verdad, independencia, honestidad y responsabilidad social.
En este ambiente de corrupción, los periodistas no podemos sucumbir al lucro ni seguir el camino fácil del privilegio. Estamos llamados a velar por la información, entendiendo que la verdad es un bien común, un bien colectivo. Por ello, como nunca antes, es imperativo impulsar un periodismo independiente y profesional, que se asuma como elemento transformador de las realidades injustas, ilegítimas, ilegales o inmorales. Es decir, debemos aspirar como periodistas no sólo a descubrir las cosas que están mal, sino a que éstas cambien.
Esto de ninguna manera debe verse como una utopía inalcanzable, sino como un reto al que tenemos que dedicarle nuestra vida. Pues, en esencia, el fin último del periodismo no se limita a revelar esos hechos, situaciones o intereses que afectan a las mayorías o a los más vulnerables, y mucho menos ser simplemente un transmisor de informaciones, sino que entraña como objetivo primordial corregir esas situaciones o, por lo menos, evitar que se profundicen y dañen a más personas.
Esta labor debe ser ajena e independiente de intereses ruines, como los que han ido, poco a poco, convirtiendo en vil mercancía a los contenidos de los medios de comunicación, sujetos a las reglas del mercado, como ya lo han advertido escritores y periodistas como Ignacio Ramonet, Kapuscinski y Chomsky. Claramente eso no es periodismo. El periodismo sólo puede ser aquel que es ético y aquí no hay claroscuros: o se es ético o no se es.
Kapuscinski, además, decía que para ser buenos periodistas primero hay que ser buenas personas. Y señalaba que los cínicos [concepto que incluye a los corruptos] no sirven para este oficio. Por ello, estoy convencida de que se necesitan periodistas buenos, pero también con conciencia de clase y conciencia social; que investiguen a todos pero en particular se centren en los regímenes opresores, en el sentido amplio del concepto ‘opresión’ (el ahorcamiento generado por el modelo económico neoliberal, el saqueo de los bienes nacionales por parte de las grandes corporaciones, la contaminación asesina de la industria criminal, la apropiación del dinero público por parte de funcionarios y empresarios corruptos, etcétera). Periodistas comprometidos con el bienestar general y no próximos a los intereses de la oligarquía opresora.
El periodismo debe contribuir a acabar con las grandes injusticias. Desde esta trinchera, considero que el ideal de esta profesión debe ser que, en el mundo, las mayorías empobrecidas tengan oportunidades de superar esas circunstancias que les limitan desde su nacimiento hasta su muerte. Necesitamos un mundo justo y lo que tenemos desde el modelo capitalista no lo es, y jamás lo será. Y esto sólo se puede advertir si se trabaja desde la independencia.
Por ello, “darle voz a los que no la tienen” no es una frase hueca, un cliché o una pose. En Contralínea reivindicamos esta necesidad de escuchar desde abajo. El significado de esto es muy valioso para comprender la ruta que debe seguir esta actividad, y es que el periodista debe siempre privilegiar a los desposeídos, a los más vulnerables y a las víctimas. En este sentido, también pasa por reconocer que las personas en situación de pobreza y pobreza extrema son víctimas de un sistema que propicia la desigualdad social, generando hordas de miserables y apenas un puñado de súper ricos, explotadores de las masas.
En el libro Ética y autorregulación periodísticas en México –del ya fallecido Omar Raúl Martínez Sánchez–, se explica que, desde el punto de vista ético, es deseable que una virtud del informador sea su espíritu de justicia, es decir, que tenga “la entera disposición periodística a la búsqueda de lo veraz, lo correcto, lo bueno y lo justo al momento de reflejar la realidad social”.
Por tanto, el periodismo no debe confundirse jamás con la manufactura de contenidos que desde la corrupción, en todas sus formas, se comprometen con intereses ilegítimos o ilegales, se alejan de los valores éticos de esta profesión, y se alían al gran capital o a los poderes en su propio beneficio.
Más aún, aquel que se corrompe ni siquiera debería ser considerado periodismo, como ocurrió con opinadores y corporaciones mediáticas en los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón, cuando se aliaron con Genaro García Luna: montajes primero, pactos de silencio después (no hay que olvidar que en marzo de 2011 las corporaciones mediáticas, las más grandes, las más poderosas de este país, firmaron aquel pacto de la ignominia para encubrir las masacres del gobierno calderonista). Esas son las traiciones que no se deben permitir nunca más.
Un periodismo comprometido con el bienestar de las mayorías no sólo es posible, sino que es necesario desde los puntos de vista ético y moral, con crítica y rigurosidad investigativa. Y si se tiene que remar a contra corriente desde dentro de las propias corporaciones mediáticas –que son, en esencia, aparatos ideológicos de la oligarquía, con intereses económicos y políticos claramente definidos–, también estamos obligados a ello, simple y llanamente porque trabajamos con un derecho humano, que es el derecho a saber, el derecho humano a la información, el derecho humano a la verdad, que hace posible el ejercicio y la exigencia de otros derechos humanos. Y esto no es patrimonial de las corporaciones mediáticas, y mucho menos es patrimonial de los periodistas. Es un patrimonio de la humanidad y tenemos que reconocerlo como eso.
La libertad, la independencia, la búsqueda de la verdad, la honestidad son pilares del periodismo, a los que nunca debemos renunciar.
Y si el periodismo debería ser en su esencia anticapitalista, antineoliberal y antifascista debe ser una discusión no sólo entre quienes nos dedicamos a esta actividad y entre los teóricos del periodismo, sino sobre todo entre los pueblos, porque a ellos nos debemos –como los ejecutores de la herramienta del derecho humano a la información–, y son los pueblos los que a partir de ahora y siempre deben ser escuchados.
*Discurso pronunciado durante la inauguración del “Primer encuentro continental de comunicador@s independientes: informar es liberar”, en la conferencia del presidente Andrés Manuel López Obrador, del 30 de agosto de 2024.