La antigua pareja presidencial ha lanzado un mensaje de unidad y trazado un drástico contraste entre la candidata demócrata y su contrincante Donald Trump
“Estados Unidos está lista para un nuevo capítulo. Estados Unidos está listo para una historia mejor. Estamos listos para una presidenta Kamala Harris”, dijo él. “¡La esperanza está de vuelta!”, proclamó ella. En sus discursos de cierre de la segunda jornada de la convención nacional demócrata, Barack Obama, el primer presidente negro de Estados Unidos, y su esposa, Michelle, han investido este martes como la heredera de su legado político a la candidata demócrata, que puede convertirse en la primera presidenta negra y de origen indio en las elecciones del próximo noviembre.
Con la elevada oratoria que es su marca de la casa, el expresidente y líder espiritual de los demócratas ha lanzado un llamamiento a la unidad, entre las generaciones y entre las ideologías. Un llamamiento dirigido no solo a los 4.500 delegados demócratas que momentos antes habían ratificado en una votación ceremonial el nombramiento de Harris como candidata, y que le escuchaban entregados con vítores, gritos de “Sí, se puede” (su viejo lema de campaña). Como hizo en la campaña de 2008 que le llevó a la Casa Blanca, Obama apelaba sobre todo a los espectadores más allá del United Center, a quienes no están dispuestos a escuchar de primeras su mensaje, a los que no están convencidos por Harris. A “demócratas, republicanos y los que estén en algún punto intermedio”.
“La mayoría de nosotros no quiere vivir en un país amargado y dividido. Queremos algo mejor. Queremos ser mejores. Y la alegría y la ilusión que vemos en torno a esta campaña nos dice que no somos los únicos”, arengaba el expresidente, en una convención que trata de conjurar el espíritu de optimismo y esperanza en el futuro que convirtió aquella campaña de Obama en un fenómeno político.
Las palabras conciliatorias del expresidente no se extendieron hacia el candidato republicano, Donald Trump, contra quien lanzó una multitud de dardos retóricos. Algunos en forma de pullas: “Es un tipo cuyo teatro ya se ha vuelto bastante cansino. No necesitamos cuatro años más de griterío y caos. Ya hemos visto esa película y todos sabemos que las secuelas normalmente son peores”. Otros, muy serios: “Donald Trump ve el poder como nada más que un medio para conseguir sus fines”.
Por contra, ”juntos, Kamala y Tim (Walz, su compañero de fórmula electoral) han mantenido la fe en la historia fundamental de Estados Unidos. Una historia que dice que todos hemos sido creados iguales, que todo el mundo merece una oportunidad y que, incluso cuando no estamos de acuerdo los unos con los otros, podemos encontrar una manera de convivir” .
Como su marido, Michelle Obama dibujó un contraste radical entre la candidata demócrata y Trump. En términos muy personales: el magnate inmobiliario fue en 2011 el gran promotor del bulo que negaba que Barack Obama hubiera nacido en Estados Unidos y, por tanto, pudiera ser su presidente legítimo. Ese mismo año, el inquilino de la Casa Blanca le humilló con sus comentarios burlones en la cena anual de corresponsales de la Casa Blanca, un episodio al que se atribuye el origen de la decisión de Trump de presentarse a las elecciones.
De Harris, la exprimera dama aseguró: “Hemos visto su espina de hierro, la firmeza de su crianza, la honestidad de su ejemplo, y la alegría de su risa y de su luz”. Del expresidente, dijo que “su visión del mundo limitada y estrecha le ha hecho sentirse amenazado por la existencia de dos personas trabajadoras, con un gran nivel de educación, de éxito, que además resulta que son negras”.
El discurso de Barack Obama, en la ciudad donde vivió durante años y el Estado desde el que lanzó su carrera política, tenía un simbolismo especial. Hace precisamente veinte años, el expresidente demócrata comparecía por primera vez en otra convención nacional demócrata, la que se reunía en Boston en 2004 para nombrar candidato presidencial a John Kerry. Su “no hay una América republicana. No hay una América demócrata. Hay unos Estados Unidos de América” conmovió a todo el país y lanzó al estrellato político a aquel joven legislador estatal de Illinois, hasta entonces casi completamente desconocido.
Sin Obama, la actual candidatura de Harris no hubiera sido posible. No solamente él abrió el camino como primer presidente no blanco de Estados Unidos. Él fue quien seleccionó a Joe Biden como vicepresidente, haciendo posible que el antiguo senador llegara un día a la Casa Blanca y, a su vez, designara a Harris como su “número dos”. Y Obama fue uno de los notables demócratas que este julio presionó para convencer a Biden de que cediera la candidatura a su compañera de fórmula.
La campaña de Harris guarda más de una similitud, y más de dos, a la que llevó a Obama a la Casa Blanca en 2008. El que fue jefe de estrategia en aquella batalla por la presidencia, David Plouffe, se ha incorporado al equipo de la candidata. Si la campaña de entonces utilizó de forma magistral las nacientes redes sociales y las bases de datos para llegar al máximo número de votantes, ante una audiencia mucho más fragmentada que la de aquella época, la vicepresidenta ha convertido en prioridad el recurrir a los influencers y creadores de contenido, en utilizar TikTok, Instagram, YouTube. Sus lemas, como los de Obama, son cortos, memorables y optimistas. Incluso el artista, Shepard Fairey, que convirtió al candidato negro en un icono cultural con su retrato “Hope” (”Esperanza”), ha creado una imagen similar para Harris, ahora con el título “Forward” (”Adelante”).
La relación entre el expresidente y la candidata se remonta a casi dos décadas atrás, cuando Obama decidía lanzarse al ruedo electoral presidencial con el mero bagaje de apenas dos años de experiencia en el Capitolio, una oratoria cicerónica y un lema de esperanza: “Sí, se puede”, para medirse contra quien entonces contaba con el apoyo casi en pleno de las jerarquías del partido y se consideraba la candidata inevitable, la exprimera dama Hillary Clinton.
Harris, entonces fiscal general de California, fue una de los escasos altos cargos en declarar desde el primer momento su apoyo a lo que parecía una campaña condenada al fracaso, e incluso colaborar con ella tratando de convencer a los votantes puerta a puerta en Iowa. Obama nunca lo olvidó. Ambos se hicieron buenos amigos.
Tienen muchas cosas en común: los dos son abogados, de edades similares (63 años Obama, 59 Harris) y una experiencia vital marcada por su herencia cultural diversa y su color de piel. En 2015, el entonces presidente se planteó nombrarla para reemplazar a quien había sido su secretario de Justicia hasta entonces, Eric Holder. Según ha contado ella en su libro de memorias, The Truths We Hold, Holder, buen amigo de ambos, llegó a ofrecerle el puesto, pero ella prefirió rechazarlo. Ya se planteaba la candidatura al Senado que lanzó ese mismo año, y que la llevaría a Washington en 2017.
Una vez que ella fue seleccionada por Joe Biden para ser su “número dos” y estrenó la vicepresidencia, Obama mantuvo su papel de mentor sobre las peculiaridades de la vida y el protocolo de la Casa Blanca. Y el expresidente fue uno de los líderes del partido que presionó para que Biden renunciara a la reelección presidencial tras su desastroso debate contra Donald Trump en junio.
El legado de Obama no es inmaculado. Los progresistas consideran que a lo largo de su mandato fue demasiado conservador en áreas como la reforma migratoria, donde dejó pasar la oportunidad de una mayoría suficiente en ambas cámaras; y, al mismo tiempo, demasiado agresivo con una política exterior que atacó Libia y llevó a soldados estadounidenses a Siria. Otros le acusan de haber descuidado las relaciones con el Comité Nacional Demócrata, hacia el que siempre sintió desconfianza, hasta tal punto que debilitó seriamente las estructuras del partido -algo que pudo contribuir a la derrota de Hillary Clinton frente al republicano Donald Trump en las elecciones de 2016.
Pero este martes nada de eso contaba. Imperaba el viejo espíritu del optimismo, la esperanza y el hambre de cambio. Del “sí, se puede”, que Obama convirtió en su discurso en un “Ella sí puede” que el público coreó. “Lo hicimos entonces y seguro que podemos volverlo a hacer ahora… Sigamos haciendo que nuestro país avance y vayamos más alto de lo que hayamos ido jamás”, concluía Michelle Obama, entre aplausos atronadores.