Parece demasiado bueno para ser cierto. Súbitamente se abre la posibilidad de que podamos ahorrarnos la segunda y más beligerante versión de Donald Trump en la Casa Blanca. Con la candidatura de Kamala Harris cabe la esperanza de un desenlace distinto.
Para México las diferencias podrían ser abismales. No solo porque desaparecen en automático las muchas amenazas que representaría Trump para nuestro país, también porque Kamala, como primera mujer presidenta de Estados Unidos, podría ser una extraordinaria mancuerna para Claudia Sheinbaum. Pertenecen a la misma generación (tendrían 60 y 62, respectivamente), ambas progresistas, urbanas y modernas, marcadas por su formación universitaria. Curiosamente Kamala nació y creció en Oakland, el sitio donde Claudia Sheinbaum vivió en Estados Unidos mientras desarrollaba su tesis de doctorado, vinculada a la Universidad de Berkeley (donde el padre de Kamala fungía como profesor).
Harris es también descendiente de migrantes (ambos padres en su caso, abuelos en el de Sheinbaum). Su madre nacida en India y su padre en Jamaica. Divorciados cuando ella tenía cinco años, fue criada principalmente por su madre soltera, Shyamala Gopalan Harris, investigadora del cáncer, profesora universitaria y defensora de los derechos civiles. Otro paralelismo: la madre de Claudia, doña Annie Pardo es bióloga e investigadora, profesora universitaria y defensora de causas populares.
Aunque creció comprometida con su herencia asiática y acompañó a su madre en visitas a la India, Harris ha señalado que su familia adoptó la cultura negra de Oakland y en ese entorno fueron educadas Kamala y Maya, su hermana menor. “Mi madre entendió muy bien que estaba criando a dos hijas negras”, escribió en su autobiografía The Truths We Hold. “Sabía que su tierra adoptiva nos vería a Maya y a mí como niñas negras y estaba decidida a asegurarse de que nos convirtiéramos en mujeres negras seguras y orgullosas”, destaca una nota de la BBC.
A lo largo de su trayectoria política, la relación de Harris con México ha sido débil. De niña vivió cinco años en el otro país vecino, cuando su madre fue profesora en una universidad en Montreal. Su carrera se centró en las fiscalías de distrito en California, hasta llegar a ser fiscal general de ese estado; después saltó al Senado y en sus comités se convirtió en implacable flagelo para los funcionarios del gobierno de Trump. De allí la eligió Biden como su mancuerna para la Vicepresidencia.
En esta biografía, escrita en 2019 antes de ser vicepresidenta, nuestro país es mencionado media docena de veces y habla de un par de visitas cortas, todas relacionadas con su trabajo como fiscal de California en temas de seguridad pública, lavado de dinero e inmigración ilegal.
En los últimos años, el hecho de que Biden le haya pedido su apoyo en el candente tema de la migración, le permitió familiarizarse más directamente con nuestras realidades. En particular hizo suyo el enfoque de la atención a las causas originales de la migración en México y Centroamérica: la pobreza y la falta de oportunidades; misma tesis que la sostenida por el gobierno de López Obrador. Pero, consciente de que el flujo de migrantes procedente de El Salvador, Honduras, Nicaragua y Guatemala había rebasado al de los mexicanos, se concentró en particular en esos países. Kamala hizo un buen trabajo, aunque la derecha, contraria a ese enfoque y más bien partidaria de medidas aislacionistas o de plano represivas, la criticó duramente. Desarrolló un ambicioso proyecto y consiguió fondos por 5 mil millones de dólares para el desarrollo de esta región, pero al final los vientos electorales y la opinión pública terminaron favoreciendo una perspectiva más bien conservadora. Peor aún, su estrategia quedó relativamente desenfocada porque, por vez primera el origen mayoritario del flujo de migrantes se modificó y diversificó para abarcar países del resto de América Latina, el Caribe, Asia y África. El propio Biden, de manera discreta, desescaló el proyecto de Kamala.
La cotización política de Harris perdió fuelle en los últimos dos años; su imagen progresista fue interpretada como un incordio respecto a la evolución conservadora del electorado estadunidense. El principal argumento de Biden, hasta el último momento, era que a pesar de sus achaques era la única alternativa capaz de hacerle frente a Trump. Un comentario que, implícitamente, asumía que Kamala, pese a ser vicepresidenta, no tenía la altura necesaria para ese desafío. Pero el desplome de Biden destrozó la tesis de su supuesta competitividad. Los demócratas tuvieron que recurrir a su siguiente alternativa “menos mala”.
Esa fue Kamala Harris. Para sorpresa de todos, el anuncio de su candidatura suscitó un ramalazo inesperado de viento fresco. Trump sacaba ya una ventaja entre 3 y 4 puntos en el conjunto nacional y una diferencia aún más notoria en los llamados estados bisagra. Pero, como es sabido, repentinamente en las últimas semanas las encuestas de intención de voto comenzaron a dar un giro. Recordemos que la elección presidencial se define por el voto de los territorios o entidades federativas, y la mayor parte de estas tienen ya un patrón de voto definido: Texas se inclina por los republicanos, sin importar el candidato; California por los demócratas. La elección la definen las pocas zonas ambiguas que quedan, los 6 o 7 estados swingers que pueden cambiar en cada elección.
Este lunes Harris amaneció 2 puntos por encima de Trump en el promedio nacional, y más importante, empatada en Pennsylvania y por encima en Wisconsin y Michigan, tres de esos estados decisivos. Faltan aún tres meses para la jornada electoral. La súbita efervescencia en torno a Kamala puede ser el resultado del impacto mediático de su nominación. Trump contraatacará, eso es seguro. Habrá un debate que podría ser decisivo (lo fue en el caso de Biden, para su desgracia). Unos apuestan a que se trate de una burbuja momentánea, otros a que haya comenzado una pequeña bolita de nieve que genere una mayor tracción.
Dentro de 90 días lo sabremos (martes 5 de noviembre); cualquier cosa puede suceder. No parece mucho, pero es enorme frente a la preocupación prevaleciente hasta hace una semana, cuando la espera constituía una mera cuenta regresiva al arribo de la tormenta que desataría Donald Trump. Esperemos que eso de tener presidenta sea contagioso.