El realizador, homenajeado hoy en Guanajuato, reflexiona sobre su legado, las decisiones de su carrera y la defensa de la libertad artística
Redacción
La corrección política, dice Arturo Ripstein, es una censura que pesa sobre el cine. El director de más de 30 filmes, entre ellos Así es la vida y La mujer del puerto, en la que muestra a personajes en situaciones límite, con las cuales ha ganado en festivales como San Sebastián, Venecia y La Habana, no duda en dar el diagnóstico.
“La peor censura de todas es la que ahora tenemos y es la económica, donde no hay argumentos. Cuando era de enseñar una teta se podía discutir, ver cómo salir, pero ahora, cuando un productor te dice que no es viable una película, pues no hay discusión”, dice.
“Pero la otra censura atroz que tenemos es la corrección política en donde nos han robado el lenguaje, las situaciones particulares, nos han robado el sentido de lo que es correcto y no es correcto y por qué. Es una censura enfermiza en donde unas ciertas minorías han determinado qué es lo que se debe hacer y ya no se tiene salida”, agrega.Lee también: Arturo Ripstein, Adriana Paz, Claudia Ramírez y Joaquín Cosío serán homenajeados en el GIFF
Con esta última, aunque nunca la ha aplicado, siente que comienza a perder su lugar en el mundo.
“Lo único que uno debe ser en la vida para tener un sentido es ser indecente, porque la decencia es dulce y lo único que uno no debe ser es dulce. Esto ya es la nueva censura y no es nada más ‘te tapo los ojos, te tapo los ojos, los oídos’, un poquito más adelante (serán) las neuronas, eliminarte y volverte inexistente”.
Hoy, con 80 años de edad, recibirá un homenaje en el marco del Festival Internacional de Cine Guanajuato (giff). Y por ese motivo, charla con EL UNIVERSAL.
¿Es cierto que de Luis Buñuel aprendió la ética, pero de Chano Urueta, cine?
Sí. Iba a rodajes y le preguntaba al fotógrafo, al actor, al sonidista, tomaba fotos y notas. Fui autodidacta. A Chano le preguntaba y él me explicaba cómo le hacía, luego veía yo esa película y decía: “Dios mío, ¿qué es esto?” Era muy estimulante trabajar con directores malos porque a los 18 años, y siendo un majadero, decía: “yo lo puedo hacer mejor”. Pero con Buñuel, no.
El lugar sin límites ha inspirado a la comunidad gay y aún ahora la tienen como estandarte, ¿qué le parece?
No es una película homosexual, sino una sobre ese tema. Para la Manuela (personaje gay) fui a ver a Resortes, le mandé el guión y me llamó para decirme que cuando él necesitara un director put… me llamaría a mí. En los Churubusco vi a Roberto Cobo y dije, “este es bailarín” . Y aceptó.
El día del beso (la escena, entre Cobo y Gonzalo Vega) ya habíamos ensayado y de pronto a Gonzalo le entró la tiricia y dijo que no podía, entonces me le quedé viendo seriamente y le di un besote en los labios y le pregunté: “¿ya te transformaste? Rodemos”.
¿Qué le significa lo que hizo Yorgos Lanthimos (nominado al Oscar) con Canino (2009), que es una copia de El castillo de la pureza?
Se armó un pequeño jaleo porque cuando salió esa película, de Grecia un profesor de la universidad me mandó un video donde salían sus escenas y las de mi película. Y me decía: “acúsalo de plagio”. Y le dije: “yo me he dedicado a robar, que me roben a estas alturas es como el homenaje”. Son cosas que pasan.
¿Dónde tiene sus Ariel?
No los tengo, por fortuna. Mi hijo Gabriel, cuando era chiquito, en el colegio había una cosa que se llamaba Muestra y Platica, entonces llevaban de su casa algo y lo presentaban. Él se llevó un Ariel y se le olvidó (risas), entonces ha pasado eso con varios. El de Oro sí lo tengo, pero está tapado y tiene ligas para que estas no se vayan.
La leyenda de que usted era enojón en el set, ¿es cierta?
Trato de que mi set sea relajado, sabroso y divertido, pero cuando hay descomposturas sí sale el carácter. Claro, la leyenda se volvió furibunda. Estábamos haciendo la película El coronel no tiene quien le escriba y los gallos cantaban mucho, sobre todo uno que estaba justo atrás de nosotros, pero teníamos una estrategia para que no hicieran ruido, que era echarles una tela negra.
Y estábamos listos para una escena con Salma Hayek y Marisa Paredes cuando le hago la señal a la asistente para poner la tela y me ve el dueño del gallo y entonces agarra al animal y le hace así (torcer el cuello) y yo me quedé perplejo. Muchos años después una actriz española me contó que le habían dicho que yo había agarrado al gallo, mandado a llamar a todo el equipo, le había pegado con un bat y exigí que todos le pegaran (risas). Esa es la leyenda y, de algún modo, la he cultivado.
¿Ve sus propias películas?
No, las vi mil veces cuando las edito y llega un momento en que uno lo único que ve son los errores y es muy doloroso saber que uno no es bueno, sino malo.
¿Cuántas cosas hizo para el gasto y no por el gusto?
Las telenovelas que hice (Dulce desafío, Simplemente María y Destilando amor) fue para poner pan y mantequilla en la mesa y por supuesto, igual unas dos que tres películas que me ofrecieron.
¿La ilegal, con Lucía Méndez, forma parte de ese grupo?
Sí, cómo no. Me la ofrecieron, la leí y dije que no. Me hablaron a los tres días para darme un 10% más y tampoco, pero me terminaron convenciendo al pagarme el doble. Debo decir que no me arrepiento, porque es una película pensada como un melodrama de tv, bien hechecito. El productor me dijo también que después podía hacer la película que quisiera y cuando fui, dijo: “sí, aquí hay cinco guiones de Televisa, escoge el que quieras”. Me tomó el pelo.
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