El bisonte americano es una criatura impresionante. Cubierto de un grueso pelaje de color marrón oscuro, el enorme bovino puede llegar a medir más de dos metros de largo y pesar más de una tonelada. Durante un tiempo hubo más de 60 millones de ejemplares pastando sobre las grandes llanuras de América del Norte, desde el Ártico de Alaska hasta el Golfo de México.
No es de extrañar que el bisonte americano fuera una parte esencial del entorno y de vital importancia para la supervivencia de muchos pueblos nativos americanos que vivían junto a ellos. Pero todo eso cambió durante el siglo XIX, cuando los colonos europeos cazaron y sacrificaron sistemáticamente las enormes manadas, aniquilando casi por completo a la especie. En 1889, solo quedaban 541 bisontes.
“Prácticamente aniquilamos el bisonte. En gran parte debido a la expansión territorial de los colonos hacia el oeste y a las atrocidades cometidas contra los nativos americanos”, explica Chamois Andersen, portavoz de la organización conservacionista Defenders of Wildlife (Defensores de la Vida Silvestre).
Ahora los descendientes de esos nativos americanos, también conocidos como indios, están ayudando a reintroducir este símbolo del oeste americano, dando a los animales un nuevo hogar en las reservas indias de las llanuras de América.
Una conexión duradera
Jason Baldes de la tribu Shoshone Oriental es uno de ellos. También dirige el Wind River Advocacy Center en Fort Washaki, Wyoming. La vida de sus antepasados estaba estrechamente ligada a estos grandes mamíferos.
“En lugar de comprar en el centro comercial, el “búfalo” era nuestro Walmart”, cuenta Baldes, refiriéndose a la gigantesca cadena de hipermercados estadounidense. Los indios de las llanuras dependían de cada parte del animal para sobrevivir, desde la comida hasta la ropa y el refugio. Baldes cree que la pérdida de las manadas de bisontes fue casi tan devastadora para su pueblo como la reubicación forzada de las tribus en reservas por el gobierno de Estados Unidos. “Su regreso es una bendición”, subraya.
Desde finales del siglo XIX, la población de bisontes en los Estados Unidos se ha recuperado lentamente hasta alcanzar unos 500.000. Hoy en día, la mayoría de los ejemplares viven en parques nacionales y unas pocas áreas protegidas, de lo contrario casi no hay alternativas para ellos.
Al devolverlos a las tierras de los pueblos nativos, los animales tienen la oportunidad de expandir de nuevo su hábitat. Aunque para Baldes, estos esfuerzos no se limitan a la conservación de especies, sino que también ofrecen a los nativos americanos la oportunidad de volver a conectarse con una forma de vida que se extinguió hace más de un siglo.
Baldes está a cargo de los esfuerzos de recuperación del bisonte en la Reserva Wind River. Su tarea es el bienestar diario de una pequeña manada de bisontes salvajes en 121 hectáreas de pastos en el corazón de la reserva de 970.000 hectáreas (2,4 millones de acres).
Comenzó en 2016 con diez bisontes y su rebaño ha crecido desde entonces a 28 animales. El objetivo a largo plazo es crear un hábitat sostenible para un rebaño mucho más grande en un área de 160.000 hectáreas (400.000 acres) de tierra adecuada, tratando el bisonte como una especie silvestre en lugar de como ganado. Al igual que ocurre con el alce, el oso pardo, el lobo y otras especies icónicas que atraen a cazadores y excursionistas a los parques nacionales del oeste americano.
Bisonte versus EE.UU.
El pequeño rebaño de Baldes desciende de búfalos salvajes, genéticamente puros, que fueron rescatados de la extinción en el Parque Nacional de Yellowstone. En la actualidad viven allí unos 3.000 ejemplares, pero una parte del rebaño se sacrifica cada año para mantener la población estable y evitar el sobrepastoreo. A modo de comparación, alrededor de 20.000 búfalos viven en más de 400.000 hectáreas (un millón de acres) de tierra tribal en todo Estados Unidos, donde se cuidan para fines ceremoniales, alimentarios y de conservación. Pero Baldes reconoce que llegar a este punto ha sido una larga lucha. “Hay poderosos intereses ganaderos en Montana, Idaho y Wyoming que se oponen a los esfuerzos de recuperación del búfalo”, afirma.
Los bisontes salvajes a veces son portadores de la brucelosis bovina. El bisonte contrajo la enfermedad infecciosa después de entrar en contacto con ganado doméstico importado. Pero aunque ha sido erradicada en gran medida entre el ganado, aún persiste entre algunos ejemplares salvajes. Aunque la enfermedad solo parece tener un impacto marginal en los animales salvajes, puede ser devastadora para las poblaciones de ganado doméstico.
En su lucha, los activistas por los derechos de los animales han llegado incluso a demandar a las agencias gubernamentales para evitar la matanza de la población de búfalos residentes en el Parque Nacional de Yellowstone. Si los animales se alejan del parque, han insistido en que sean reubicados en otras reservas de búfalos después de haber sido puestos en cuarentena y considerados sanos.
Estos pasos legales han dado como resultado la transferencia exitosa de los bisontes de Yellowstone a las reservas Fort Belknap y Fork Peck en Montana. Además, la Administración del Parque Yellowstone anunció en 2018 que se crearía un nuevo programa para capturar y poner en cuarentena a los bisontes excedentes con el fin de establecer rebaños libres de enfermedades en todo el país y salvar un hábitat en desaparición.
Un retorno simbólico
En el siglo XIX había unos 690.000 kilómetros cuadrados (170 millones de acres) de pastizales en las grandes llanuras, de los cuales solo un cuatro por ciento permanece intacto. “Es realmente un ecosistema amenazado”, señala Andersen de Defenders of Wildlife. Los conservacionistas esperan devolver el bisonte al menos a parte de ese territorio original.
Para ellos, el simbolismo y significado de la conservación del bisonte es importante porque su presencia no solo evoca el recuerdo de un pasado lejano, sino que literalmente da forma al paisaje. Los animales que comen pasto y arrastran barro también crean hábitats para otras especies nativas como los perros de las praderas. Sus pelajes peludos distribuyen las semillas de las plantas nativas y sus copiosas cantidades de orina y heces aseguran que los pastizales estén bien fertilizados.
Si todo va bien, los conservacionistas esperan que el bisonte restaure el equilibrio de un ecosistema maltratado, donde puedan retomar su papel como regulador de las llanuras. “El bisonte evolucionó con las praderas y las praderas evolucionaron con el bisonte”, dice Andersen. Y concluye: “es una relación increíblemente simbiótica”.